SERGIO ONOFRE JARPA
Lillian Calm escribe: “Supo alejarse a tiempo de la vida pública de una vez y para siempre, y entonces viajó a refugiarse en su campo donde podía incluso vestir con sus queridos aperos de huaso. Amante genuino de Chile, de lo chileno, del campo, del caballo, días después de su muerte me asomé a través de un video a su funeral en el Parque del Recuerdo. Aparecían poquísimas personas, según las normas debido a la pandemia; y se oía la voz de alguien que guitarra en mano entonaba una canción muy suya…”. Lo recuerdo como si fuera hoy. Era la hora de almuerzo. Estábamos sentados alrededor de la larguísima mesa del comedor en la embajada de Chile en Argentina, ahí en la bonaerense calle Tagle. La conversación era distendida, a lo mejor artificialmente distendida ya que flotaba en el ambiente el peligro de una guerra. De pronto apareció un secretario y se dirigió, nervioso, a quien hacía de cabecera. Le dijo algo al oído y el entonces embajador Sergio Onofre Jarpa, con gesto serio, dejó l