LA COLUMNA DE OLAIZOLA QUE ME HA LLEGADO AL ALMA

 

Lillian Calm escribe: “Como periodista me ha interesado enormemente por su forma de entrevistar y de escribir columnas, siempre ágil, cercano y desplegando una dosis de fino humor. Al margen de los libros sin duda lo más singular son estas, sus columnas, escritas para diferentes medios y plagadas de anécdotas de su familia, sus nueve hijos y de su mujer por casi setenta años, Marisa, a quien siempre ha calificado, título tras título, libro tras libro, columna tras columna, como su ‘asesor literario’”.

Al leer su último escrito quedé helada. Hubo una época en que no solo leía los libros de José Luis Olaizola sino que los coleccionaba. Es uno de los más prolíficos autores españoles actuales  (y digo autores porque sus géneros van desde la historia y el periodismo, pasando por crónicas de viaje y guiones de cine, hasta la literatura infantil).

Como periodista me ha interesado enormemente por su forma de entrevistar y de escribir columnas, siempre ágil, cercano y desplegando una dosis de fino humor.

Al margen de los libros sin duda lo más singular son estas, sus columnas, escritas para diferentes medios y plagadas de anécdotas de su familia, sus nueve hijos y de su mujer por casi setenta años, Marisa, a quien siempre ha calificado, título tras título, libro tras libro, columna tras columna, como su “asesor literario”.

En realidad todo escritor cuenta con un asesor literario: que lee sus escritos, que lo anima a escribir y, tantas veces, a publicar. En las obras de José Luis Olaizola, como ya decía, ese asesor literario siempre ha sido la infaltable Marisa.

En esa época en que yo no dejaba título de Olaizola por leer, el escritor vino a Chile. Entonces los conocí personalmente: a él y naturalmente a su inseparable asesor literario. Me parecieron amenísimos, incluso personalmente, lo que no siempre suele suceder con los autores.

Le recordé en especial unas páginas suyas que me llamaron muchísimo la atención: era una entrevista de 1991 a Juan Luis Cipriani, futuro arzobispo de Lima y entonces recién designado por Juan Pablo II obispo de Ayacucho, bastión del temido Sendero Luminoso.

En ese tiempo yo seguía muy de cerca en mis reportajes la devastación que los senderistas sembraban en el Perú y por ello quizás me llamaron tanto la atención esas declaraciones del entrevistado, tan bien expuestas por Olaizola.

Explicaba el autor que “en pleno fragor de la lucha terrorista, con constantes muertes, voladuras, amenazas”, al enfrentarse a esos muchachos que solo conocían la violencia, Cipriani recurrió a galardones suyos obtenidos años anteriores cuando dirigió la selección peruana de baloncesto: esta bajo su mando había llegado a ser subcampeona de Sudamérica.

El entrevistado comentaba: “Jugaban el viernes y ahí me presenté con el traje de deporte. El entrenador formó dos equipos y a mí me puso en el de los suplentes”.

Desde entonces todo le sería más fácil al obispo.

Recuerdo que le leí esa entrevista a mis alumnos de Periodismo. Les llamaba fuertemente la atención. Tanto como a mí.

(Me parece que ese diálogo está en su libro “Viaje al fondo de la esperanza”, aunque para corroborarlo fui a buscarlo al librero donde permaneció por años. Se evaporó. Eso sucede con los buenos libros. Uno cae en prestarlos…).

Pero sigo con Olaizola y su “asesor literario”.

Con un estilo fácil, chispeante, este Premio Planeta (por su libro “La guerra del general Escobar”), es el autor entre muchos otros también de “Guía de curas con encanto”, “Un escritor en busca de Dios”, “Cuando sale la luna África danza”, “Elogio del matrimonio”, con anécdotas, este último, sobre el amor no solo de él y de Marisa, sino de los más variados personajes (hasta reyes y toreros). Y qué riqueza la de sus columnas…

Por todo esto me quedé helada al leer el brevísimo y último escrito suyo en aparecer: la de un ya nonagenario José Luis Olaizola.

Algunos fragmentos de esas escasas líneas:

“Con lágrimas en los ojos os cuento que mi mujer, Marisa, se fue al Cielo el pasado 22 de marzo (…) Pienso que todo lo bueno que he hecho en esta vida ha sido gracias a ella. No en vano era mi asesor literario (…) Me solía decir ‘no sé cómo me enamoré de ti porque cuando te conocí eras una birria’, lo cual era falso porque era un atleta que acababa de ganar el Campeonato de España, de ochocientos metros de pista. Pero siempre le agradecí que estuviera enamorada de un birria como yo. Porque vivía solo para mí, a tan extremo que hay gente que pensaba que mis libros los escribía ella”.

Y agrega: “Me quería tanto que aceptaba todas mis locuras, como la de dejar de ser abogado para convertirme en ejecutivo y sobre todo para hacerme escritor (…) Otra de mis inutilidades era, o es, mi profundo despiste, al extremo de que me pierdo con gran facilidad al punto de que Marisa me solía decir que era preciso que ella se muriera antes que yo para enseñarme el camino del Cielo porque sino era capaz de perderme. O sea que me está esperando para prestarme el último y definitivo servicio: llevarme de la mano al Cielo”.

El título de estas líneas, escritas hace solo unos días, me ha llegado al alma. Lo dice todo: “Carta de (José Luis) Olaizola por la muerte de su esposa de coronavirus”.

 

Lillian Calm

Periodista

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