ADIÓS A LA ONU

 

Lillian Calm escribe: “…una vez más, para bien o para mal, los chinos suelen interponerse al paso de los astros, y de pronto la ascendente carrera internacional de Michelle Bachelet, catapultada casi hasta la estratósfera, se vino abajo tras su viaje a ese inmenso y enigmático país milenario”.

Herida en el ala, a Michelle Bachelet le faltan solo días, horas, para decirle adiós a la ONU. Que echaba de menos a su familia, a su país… Ha explicado de todo, pero medios informativos internacionales han venido contando la firme. Firme que conocemos, pero quizás no in extenso.

Se hablaba sotto voce y no tan sotto voce de que la ex dos veces Presidente de Chile hasta podría haber trepado a la mismísima Secretaría General de la ONU, una vez que el portugués António Guterres terminara su segundo mandato… porque los segundos mandatos son casi tradicionales en los organismos internacionales. Habría sido la primer mujer en ostentar ese cargo.

Pero una vez más, para bien o para mal, los chinos suelen interponerse al paso de los astros, y de pronto la ascendente carrera internacional de Michelle Bachelet, catapultada casi hasta la estratósfera, se vino abajo tras su viaje a ese inmenso y enigmático país milenario.

Fue precisamente a su regreso del periplo chino, cuando estaba tranquilamente a punto de terminar su primer período como Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (un cargo no solo bien remunerado sino codiciado por quienes hacen gárgaras con ese tema… como si fuera patrimonio solo de ellos), que anunció que no re-postularía al cargo, sino que se retiraría el 31 de agosto, es decir, a solo cuatro días del plebiscito por el Rechazo o el Apruebo del singular proyecto de Constitución chileno.

Claro que en Santiago aparecería antes, ¡en julio! aprovechando una visita al Perú donde se reunió con el cuestionadísimo y debilitado mandatario Pedro Castillo. Y desde el Palacio Pizarro al aeropuerto de Santiago distaban solo unas pocas horas, aterrizaje en que hasta aprovechó de cantar a dúo con el Presidente Gabriel Boric, lo que la catapultó en el imaginario nacional como generalísima (en las sombras, claro) del Apruebo, pero ya su influencia no es la misma.

Si bien, hace solo unos meses, su apoyo electoral a la ex candidata presidencial socialista, Paula Narváez, no tuvo incidencia alguna (no llegó ni siquiera al balotaje,) Boric no iba a perder la oportunidad.

Pero volvamos a China donde, a juicio de muchos o de casi todos, radica el meollo de su renuncia a su altísimo cargo en Naciones Unidas. En su ginebrino y pomposo estatus de  Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, del cual ahora se despide, las cosas no anduvieron tan bien como al principio.

Y esto no solo porque la mano de la comisionada se advirtió disímil frente a unos y otros países. Si bien hubo críticas, por ejemplo, desde su enfoque hacia Cuba, Venezuela y otros, sería el caso chino el que diría basta.

Seis días fueron suficientes para terminar con la carrera que Bachelet corría en los organismos internacionales. ¿La espada de Damocles? Ese viaje a China y al Turquestán, debido el cual doscientas treinta organizaciones de derechos humanos pidieron su retiro del cargo de Alta Comisionada por un supuesto lavado de imagen de las atrocidades cometidas por la dictadura maoísta de hoy en día. Incluso un agresivo afiche con el rostro de la chilena pedía su salida. ¿Cómo le iba a ofrecer, la ONU, un segundo mandato? ¿O encumbrarla a su Secretaría General?

El Departamento de Estado de Estados Unidos se adelantó a calificar el viaje a China como un error, incluso antes de que este se concretara. Aducía a que Pekín lo utilizaría con fines propagandísticos; pero el verdadero escándalo surgiría después y hasta se llegó a hablar de un arreglo entre chinos y la ONU.

Y concluido el viaje, el secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, lamentó que ella no hubiera tenido acceso a una información sobre los uigures desaparecidos (grupo étnico que vive en el noroeste y que es mayoritariamente islamista).

Pero las críticas más extremas hacia Bachelet surgieron de las propias organizaciones de derechos humanos: el director ejecutivo de la ONG Human Rights Watch, Kenneth Roth, calificó de desastrosa su gestión y señaló que esa gira “no pudo beneficiar más el esfuerzo del Gobierno chino por ocultar las detenciones masivas y los abusos en Xinjiang”, donde se reprime a la minoría uigur. 

Según Amnistía Internacional “la visita no abordó los crímenes de lesa humanidad de Xinjiang”, la región uigur. La secretaria general de esa entidad, Agnes Callamard, llegó a afirmar que “la visita de la Alta Comisionada se ha caracterizado por sus fotografías con altos funcionarios del gobierno y la manipulación de sus declaraciones por parte de los medios estatales, dejando la impresión de que ha incurrido directamente en un ejercicio de propaganda altamente predecible para el gobierno chino”.

La Alta Comisionada entonces informó: “No me presentaré a un segundo mandato por razones personales. Es hora de volver a Chile y a mi familia”. Y explicó que “las visitas de alto nivel no son por definición misiones de investigación, hubo limitaciones especialmente en relación con las restricciones por el Covid-19”.

Sí. En realidad el Covid da para mucho…

Hace solo unos días y después de estar en Chile, Bachelet viajó a Bangladesh donde trató de estar a la altura… pero ya era demasiado tarde.

Existe un elemento primordial para comprender este desenlace: Bachelet está formada y condicionada por un izquierdismo militante. Tras una juventud activista (por llamarla de alguna manera), debió exiliarse y vivió los rigores de la Alemania del Este, esa Alemania del Este del inefable matrimonio Honecker.

Eso significa que no milita en el mismo izquierdismo del savoir faire, laissez passer (no hay como recurrir al francés) de los organismos internacionales, de ese izquierdismo de salón que no suele ser contestatario ni beligerante, sino que sabe flotar hasta remolonamente alrededor de los mullidos sillones de los organismos internacionales, pero sin jamás tomar partido. Menos a favor de la China comunista.

 

Lillian Calm

Periodista


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