Los niños (¿niños?) volvieron a lanzar las clases por la borda. Pidieron explicaciones y formularon petitorios confusos, lo que generó titulares de prensa. Así, por ejemplo, El Mercurio destacó en primera plana: Estudiantes del Instituto Nacional han perdido al menos 21 días de clases, la mayoría por paros y hechos de violencia, y aumenta inquietud de apoderados.
Recordé de inmediato el “Hasta aquí no más llegamos”, que me confiaba, hace ya unos meses, un institutano. Un institutano no es un alumno de esos que suspenden sus clases para presentar toda clase de petitorios. Es alguien que ha merecido ese calificativo porque ha llegado hasta el final. Ha egresado del establecimiento.
En otras palabras, el institutano es un ex alumno del Instituto Nacional (de ahí el honorífico carácter de tal), y si bien ese egreso pudo haberse producido ya hace décadas, el institutano suele seguir velando por su alma máter desde fuera.
Mi interlocutor me reveló:
-Hace unos cinco años se creó una red global, como la llamaron, formada por un total de 1.900 egresados repartidos en diecinueve países. Éramos todos alumni, es decir, antiguos alumnos del establecimiento. Nos propusieron sacar adelante la institución.
Una sola causa los motivaba: el Instituto Nacional a ellos los había sacado adelante. Ahora la ayuda se revertía.
Volvamos a recuperar el primer foco de la nación era el llamado de la campaña de los ex alumnos, organizada a través de redes sociales. Su único objetivo: ayudar prácticamente a reconstruir el establecimiento, incluso incendiado en parte por hordas de, se supone, alumnos.
Y se echaron la mano al bolsillo. A su propio bolsillo.
Leo uno de los llamados:
“ Labor omnia vincit. Esta es una iniciativa espectacular de un grupo de institutanos que lideran desde el frente, reconstruyendo salas a costo cero para el Instituto o el Estado, ¡Todos a apoyarnos!, con trabajo, contribuciones y promoción entre otros institutanos”.
Hasta el establecimiento llegaban puntualmente los fines de semana, y también, otros días, simplemente a reconstruir y a remozar con sus manos las salas de clase destruidas.
Pero esas salas fueron, hace unos meses, nuevamente destrozadas.
-Yo ya no ayudo más, me dice mi fuente, que prefiere mantener el anonimato. Luego enfatiza:
-Todo lo destruyen.
Agrega como para sí mismo:
-Han destruido el Instituto, alma y cuerpo. Y no solo por los pésimos resultados de la PAES…
En el selectísimo Instituto Nacional, ese que apenas le entreabría las puertas a los mejores entre los mejores, el proceso de matrícula 2023 le significó una vacancia, aseguran, de más de 150 cupos.
Este año nuevamente mocosos y no tan mocosos, más encapuchados, han salido en días considerados por ellos emblemáticos a producir caos.
Y hasta han paralizado las clases. Nuevamente brazos caídos.
¿Llegarán algún día a ser institutanos? Luego, si logran estudiar una carrera, ¿serán capaces de recibirse?¿Podrá postular, algún institutano, nuevamente a La Moneda?
No es un decir por decir. Entre sus ex alumnos destacan Manuel Bulnes, Manuel Montt, José Joaquín Pérez, Federico Errázuriz Zañartu, Aníbal Pinto, Domingo Santa María, José Manuel Balmaceda, Federico Errázuriz Echaurren, Germán Riesco, Pedro Montt, Ramón Barros Luco, Juan Luis Sanfuentes, Emiliano Figueroa, Pedro Aguirre Cerda, Jorge Alessandri, Salvador Allende, Patricio Aylwin y Ricardo Lagos.
A ellos, presumo, no se los vio armando lío… o al menos, con petitorios y más petitorios en mano. Tampoco destruyendo su alma mater. Tal vez estaban estudiando.
Lillian Calm
Periodista
25-05-2023
