BOLIVIA POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS

 

Lillian Calm escribe: "Bolivia podría ser grande, pero no lo es. No siempre los mejores han sido sus presidentes, flagelo no del todo ausente en nuestra América Latina. Y lo peor, Bolivia no ha dejado de mirar para el lado, siempre hacia Chile Que no nos quieren, es decir lo menos. Lo más nimio. Y ahí entonces nos pasamos esperando fallos y más fallos de cortes internacionales que si bien nos dan la razón, ellos hacen como que no entendieran razones. A mi modo de ver hablan desde la sinrazón…”.

Dios no se equivoca y es por eso que bienvenida esa vecindad nuestra con Bolivia. Nos es positiva, porque todo es positivo en esta vida, hasta lo que menos imaginemos.

En mi caso personal antes que nada aclaro que lo mejor de la historia de la cultura como un todo lo aprendí de un boliviano: Jorge Siles Salinas, que en 1964 dictó ese curso en la casi naciente Escuela de Periodismo de la Universidad Católica. Yo cursaba primer año.

He entrevistado también a bolivianos cultísimos: un solo ejemplo: la escritora Yolanda Bedregal, poeta, novelista y diplomática.

He recorrido abismada esas riquísimas iglesias de centurias y he desembocado en la Plaza Murillo, donde se alzaba el elegante Palacio Quemado. Hoy sigue ahí, pero es mejor escribir “se alzaba”, porque la perspectiva fue de paso aniquilada por un moderno edificio que ordenó construir el ex Presidente Evo Morales, para gobernar desde la que llamó la Gran Casa del Pueblo.

Bolivia podría ser grande, pero no lo es. No siempre los mejores han sido sus presidentes, flagelo no del todo ausente en nuestra América Latina. Y lo peor, Bolivia no ha dejado de mirar para el lado, siempre hacia Chile Que no nos quieren, es decir lo menos.

Lo más nimio.

Y ahí entonces nos pasamos esperando fallos y más fallos de cortes internacionales que si bien nos dan la razón, ellos hacen como que no entendieran razones.

A mi modo de ver hablan desde la sinrazón en un lenguaje que cada vez se les ha ido tornando más garciamarquiano, y no lo digo en ningún caso por su excelencia, sino por lo ininteligible. Eso sí hay que reconocerles su importante cuota de fantasía.

Pero Bolivia es nuestro vecino. Es la nación con la que tenemos que entendernos aunque con intervalos más o menos largos -ya estamos acostumbrados- y debemos guarecernos frente a sus agresiones verbales y hasta jurídicas, que no terminan siendo sino papel picado.

Hay un texto que a mí siempre me ha impresionado y es aquel, ya famoso, sobre la creación de Chile, cuya autoría original pertenece al escritor húngaro Tibor Mende, aunque ha sido copiado, plagiado y replagiado. En uno de sus capítulos de América Latina entra en Escena, libro que conozco bien porque fue traducido del francés al castellano por mi madre en los años cincuenta del siglo pasado, concibe:

“Después de la creación del mundo, dice la Biblia, ‘y acabó Dios en el día sétimo de toda su obra que había hecho’. Pero, lo que la Biblia no dice es que, en el momento preciso en que Dios se disponía a tomar un bien merecido descanso, un arcángel muy alterado vino a visarle que algo imprevisto ocurría en la creación: habían quedado pequeñas cantidades de todos los elementos empleados en la formación del mundo”.

Y continuaba el autor húngaro:

“¿Qué hacer con todo eso? ¿Qué hacer con toda esa arena y esos hielos? ¿Qué hacer con los volcanes, los metales, los árboles, los ríos, el calor y el frío, los jardines y los desiertos, los trópicos y los témpanos, los fiordos y los valles? ¿Qué hacer con todos esos animales y con todas esas flores? El Todopoderoso (…) ordenó al mensajero que lo arrojara todo en un solo montón, a cualquier parte del extremo del mundo que acababa de crear”.

Sigo citando: “Después de un rápido cambio de idas decidieron que los Andes, que formaba una barrera a lo largo del continente sudamericano, parecían corresponder en cierta forma al sitio designado por el Señor. Tomaron entonces todo lo que quedada y lo dejaron caer detrás de la enorme cadena de montañas. Fue así como entre la cordillera de los Andes y lo infinito del Océano, surgió una estrecha faja de tierra que contenía todos los elementos que habían servido para hacer el resto del mundo; y Dios dejó a sus creaturas favoritas el cuidado de reunirlos en un todo, capaz de formar un país y una nación”.

Releo esto hasta con emoción y recuerdo que el autor felicitó a mi madre por la traducción (hecho poco común), en una carta que aún conservo.

Pero nada se dice en ese capítulo sobre el vecindario. No me refiero a Bolivia como nación. Sería mezquino. Solo a las idas y venidas, a los gajes e infortunios, a los insultos y desbordes, a las declaraciones cansadoras y altisonantes, generalmente incomprensibles, y a mucho más, de que hacen alarde históricamente y de tiempo en tiempo nuestros vecinos.

Y así, supongo, será por lo siglos de los siglos.

 

 

Lillian Calm

Periodista

 

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