Si hay algo que me entretiene es bucear. No en el mar, por supuesto, sino en viejos papeles y recortes de diarios que alguna vez guardé quizás por alguna razón.
Descubrir cuál fue esa razón no siempre resulta fácil y es por ello que después de décadas muchos de esos tesoros terminan directamente en el basurero.
Pero no sucede con todos. Incluso uno que otro podría decirse que es presagio de la actualidad, como me sucedió esta vez. Y quedé helada.
Buceando y buceando encontré distintas entrevistas que le hice en mis primeros años de periodista al senador demócrata cristiano Tomás Pablo Elorza. Corría 1970 y como presidente del Senado, él fue quien recibió la banda presidencial de manos de Eduardo Frei Montalva para entregársela a Salvador Allende Gossens, como mandaban las disposiciones protocolares.
Encontré una entrevista que le hice en junio de 1971 y al leerla me sentí abruptamente en Chile 2020. Ese pasado se me convirtió en presente, como si ese político, que por lo demás tenía la verdadera altura de los políticos de entonces, me estuviera hablando de lo que ocurre actualmente en nuestro país.
No pude dejar de pensar: ¡y tan de vanguardia que hoy se sienten esos anarquistas, violentistas, delincuentes y narcos que concentran sus victorias en una desigual agresión a los carabineros, amparados por lo que los organismos internacionales han dado en llamar derechos humanos!
Me callo y dejo hablar al entonces senador Tomás Pablo que, para quienes no lo conocieron, murió en 1999. En 1971 me señalaba:
“Carabineros siempre había sido respetable; ahora sigue siendo respetable, pero no respetado. Cualquiera se encuentra con el derecho de cargar contra Carabineros y ellos tienen instrucciones de no responder”.
Y me enumeró casos que había conocido de cerca:
“En San Carlos muchachos que pintaban consignas del MIR en las paredes, le tiraron un tarro de pintura a un carabinero. Fueron llevados a la comisaría y el gobernador los puso en libertad de inmediato. En el asalto al Partido Nacional, donde sacaron de cuajo las puertas y las ventanas, y trasladaron los muebles para afuera, los carabineros estaban a cincuenta metros pero decían que no podían intervenir”.
Continuó: “En Rapel Carabineros andaba en busca de miristas… y les empezaron a disparar a ellos, a los mismos carabineros, hacia una embarcación; no pudieron contestar porque tenían instrucciones de no hacerlo…Tienen que estar cautelosos para cuidar su empleo. En los acontecimientos del Estadio Nacional se vio por primera vez en Chile correr hacia atrás, arrancando, a oficiales y hombres de tropa de Carabineros. Todo esto ha ido desgajando el concepto de la autoridad”.
-¿Apología de la violencia?, le pregunté. Y respondió:
“Al lado de esto está la apología de la violencia. Los responsables son muchos. Se viene haciendo en Chile desde hace cuatro o cinco años. La violencia ha existido siempre en el mundo; no, como recordara un senador, desde las sociedades esclavistas feudales, sino desde que Caín mató a Abel. Lo curioso es que solo en los últimos cien años se ha empezado a teorizar en torno a ella. Nietzsche, que tanta influencia tuvo en el fascismo, dice que es un estimulante de la historia; Borel, hombre doctrinario del fascismo, veía en ella un sano ejercicio que permitía mantener la juventud del cuerpo social; Marx habló de la violencia como la gran partera de la historia, que permitía el nacimiento de nuevas realidades sociales. Por otra parte, Tolstoi, Gandhi, fueron siempre contrarios a ella y le inculparon todos los males que vive la humanidad”.
Luego me reafirmó:
“Pero desde hace algunos años han venido a Chile con sus teorías de la violencia: la teoría revolucionaria. Bien sabemos que para el marxismo, sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria. Y esta ha sido la teoría de los grupos que han reflejado el pensamiento de Fidel Castro. Hoy ya se da por sentado que un asalto al banco es una ‘expropiación’. Cuando se mataba a un hombre era un asesinato (…) Las mentalidades van cambiando con esta prédica sistemática del odio. Desde el punto de vista teórico se recurre a la violencia para conquistar el poder; el periodismo también se usa para acrecentar lo que ellos llaman la lucha de clases”.
En esa misma entrevista analizó las responsabilidades del entonces Presidente (Salvador Allende) y de su ministro del Interior (José Tohá).
“El Presidente y su ministro del Interior no quieren asumir su responsabilidad frente a la conducción del orden social, porque como ellos le contabilizaban al Gobierno pasado los muertos que caían en encuentros callejeros, quieren sacudirse las responsabilidades que pudiera caberles si se produce un enfrentamiento en la calle. Pero eso no se compadece con la estatura moral que yo le reconozco al Presidente Allende. Creo que cuando se pone los pantalones, los tiene bien puestos y no puede permitir que las cosas caminen en los términos en que estamos”.
Hasta ahí Tomás Pablo, que nos habla hoy desde los vestigios de unos viejos papeles. Ha transcurrido medio siglo pero no para la actualidad de sus palabras.
Lillian Calm
Periodista