Entre la profusión de WhatsApps que rebalsan el espacio siempre atiborrado de mi celular, hay dos que por lo menos me han llevado, en estos días, a filosofar.
Nada tienen que ver entre sí, pero retrotraen a situaciones límite que se están produciendo o, en el peor de los casos, no se están produciendo en nuestro entorno.
Me explico: la primera se produce a cada rato y hay que cuidarse; y la antítesis de la segunda, se produjo el fin de semana pasado y… también hay que cuidarse.
Les comparto (y pongo en cursiva la palabra para que se vea que estoy utilizando términos modernos) en esta columna los dos relatos.
Estos WhatsApps están escritos por dos personas anónimas: el primero por supuesto es invención pura, pero refleja lo que sucede a cada rato y todos los días, pues la web nos tiene más que controlados; el segundo tiene muchísimas trazas de ser verdadero, recordando las características de su protagonista, y por contraste muestra lo que sucedía hace años y lo que llegó a suceder hace solo unos días al solicitársele los documentos a un honorable.
El primer WhatsApp se titula En la era de Internet:
-¿Hola, pizzería?
-No, señor. Pizzería Internet.
-Ah, discúlpeme... marqué mal...
-No señor, marcó bien. Internet compró la cadena de esta pizzería.
-Ah, bueno... entonces anote mi pedido, por favor...
-¿Lo mismo de siempre?
-¿Y usted cómo sabe lo que yo pido?
-Según su calle y su número de documento, las últimas 12 veces usted ordenó una napolitana grande con jamón.
-Sí, esa quiero...
-¿Me permite sugerirle una pizza sin sal, con ricota, rúcula y tomate seco?
-¡No! Detesto las verduras.
-Su colesterol no es bueno, señor.
-Y, ¿usted cómo sabe?
-Cruzamos datos con el informe sanitario y tenemos los resultados de sus últimos 7 análisis de sangre. Acá me sale que sus triglicéridos tienen un valor de 180 mg/DL y su LDL es de...
-¡Basta, basta! ¡Quiero la napolitana! ¡Yo tomo mi medicamento!
-Perdón, señor, pero según nuestra base de datos no lo toma regularmente. La última caja de Lipitor de 30 comprimidos que usted compró en farmacias fue el pasado 2 de diciembre a las 3.26 pm.
-¡Pero compré más en el exterior!
-Los datos de sus consumos con tarjeta de crédito no lo demuestran.
-¡Pagué en efectivo, tengo otra fuente de ingresos!
-Su última declaración de ingresos no lo demuestra. No queremos que tenga problemas con sus impuestos, señor...
-¡Ándate, estás loco!
-Perdón, señor, sólo queremos ayudarlo.
-¿Ayudarme? ¡Estoy harto de Internet, Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram! Me voy a ir a una isla sin Internet, cable ni telefonía celular.
-¡Comprendo, señor, pero aquí me sale que su pasaporte está vencido hace 5 meses!
La segunda anécdota es también para leerla y… meditarla. Sin duda es una buena lección sobre todo para quienes ejercen algún cargo especialmente conferido por el voto popular. La transcribo:
Se cuenta una anécdota del Presidente Jorge Alessandri. Viraba de Morandé a Huérfanos conduciendo su Mercury con luz amarilla, ya roja. Pitazo y el carabinero le advierte su falta. Solo al escribir el parte se da cuenta de que el infractor es el Presidente de la República.
Le va a devolver los documentos, pero el mandatario le ordena:
-Cúrselo, pues usted tiene la razón.
El pobre carabinero al llegar a entregar su turno a la comisaría es llamado para comunicarle que debe presentarse en La Moneda “mañana sin falta, a las cuatro de la tarde”. Y que no era broma.
Seguramente esa noche no pudo dormir y al día siguiente se presentó en La Moneda. Lo llevaron al despacho del Presidente, quien lo esperaba con un té con galletas (el mandatario era conocido por su austeridad), y don Jorge lo felicitó.
Termina la anécdota señalando que era otro país, otro Chile.
Y si bien en esta columna no he puesto absolutamente nada de mi cosecha, puedo agregar en forma clara y decidida:
A buen entendedor…
Lillian Calm
Periodista
13-08-2020