EL PODER PARLAMENTARIO MÁS QUE EN ENTREDICHO

 

Lillian Calm escribe: “¿El título del libro? Se hace tarde y anochece. Son varios capítulos independientes entre sí y me puse a leer aquel en que el libro se me abrió solo: Los errores de Occidente. No podía creer que me respondiera a tantas inquietudes atingentes al momento político actual y por eso decidí citar algunos de sus párrafos”.

Me impuse por la radio de que el jefe de una bancada -ya no sé ni siquiera de qué partido- de la Cámara de Diputados (y no pienso agregar “ y Diputadas”) llamaba (espero haber oído mal) a “respetar la violencia” de los opositores, en las horas previas a la votación de ayer en el Congreso. Y no pude dejar de pensar: “Qué mal estamos”.

Qué diferencia con el Congreso de antaño en que moros y cristianos se respetaban y eran respetados y, sobre todo, se ceñían a los mandatos constitucionales. Tampoco –y hoy día es preciso reconocerlo- se disfrazaban, pues realmente no tenían necesidad.

Apagué la radio y tomé el primer libro que encontré a mano para evadir la contingencia, al menos durante unas horas, y así recuperar la calma. Era un libro de Robert Sarah. Solo así se firma el autor, aunque es cardenal y tiene un cargo de nomenclatura larga, larguísima: prefecto para la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Nacido en Guinea, este sacerdote de color fue llamado a la Curia romana por Juan Pablo II; sería creado cardenal por Benedicto XVI y nombrado en su actual cargo por el Papa Francisco.

¿El título del libro? Se hace tarde y anochece.

Son varios capítulos independientes entre sí y me puse a leer aquel en que el libro se me abrió solo: Los errores de Occidente. No podía creer que me respondiera a tantas inquietudes atingentes al momento político actual y por eso decidí citar algunos de sus párrafos:

“El hombre moderno ya no acepta y, poco a poco, va  pisoteando las normas morales para reemplazarlas por normas jurídicas supuestamente democráticas. Los deseos más básicos se convierten en la medida de  todo. La mayoría, generalmente representada por el poder parlamentario de los Estados y manipulada por los poderes mediáticos, va reescribiendo la norma moral…”.

Aquí un alto: ¿no es esto lo que yo estoy viviendo en Chile, hoy, ahora, en julio de 2020?

Prosigo con la cita:

“En medio de tanta confusión, la libertad individual es el único criterio y las satisfacciones personales, el único objetivo. Cada uno puede hacer lo que quiera. Se abomina la ley moral. Los sumos sacerdotes mediáticos ensalzan los impulsos. Si un hombre quiere poner punto final a su vida, puede hacerlo,. Si un hombre quiere convertirse en mujer, puede hacerlo. Si una joven quiere prostituirse por Internet, puede hacerlo. Si un adolescente quiere ver pornografía en Internet, puede hacerlo. Si una mujer quiere abortar, puede hacerlo. Está en su derecho. Todo es posible”.

Yo agrego: si un jefe de bancada de la Cámara de Diputados (nuevamente omito el “y Diputadas”) quiere pedir respeto por la violencia, puede hacerlo.

Robert Sarah prosigue: “El cuadro que he pintado puede parecer caricaturesco, pero es la realidad. Vivimos en la civilización del caos de los deseos…”.

Sin duda leyendo textos de más altura como estos, a uno le resulta posible abajarse y comprender lo que sucede en la otrora honorable Cámara de Diputados de Chile.

 

Lillian Calm

Periodista

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