DEFUNCIONES

 

Lillian Calm escribe: “Cada día parecen aumentar y pienso también en todas esas muertes que no se avisan en las páginas de los diarios, porque no se ha querido o no se ha podido. Pero cada una es importante. Son 'yos' con  sus circunstancias, sus familias, sus improntas, sus alegrías y dolores”.

Hay dos secciones del diario que, llueve o truene, no dejo de leer: cartas al director y defunciones. O, más bien, defunciones y cartas al director, en ese orden. Curiosamente ninguna de ellas obedece a elaboración de periodista alguno aunque, claro, reconozco que debe haber una cabeza pensante para seleccionar apenas una decena entre la infinidad de cartas que se reciben y, también, para cortar esos excedentes que siempre sobran en una buena redacción.

Las cartas al director me dan una cierta orientación de por dónde van las preocupaciones, inquietudes y vivencias de los otros lectores, y la página de defunciones… para qué decir. No solo me informa de quiénes ya no están entre nosotros sino que en tiempos normales muchas veces hasta me han obligado a  variar bruscamente los planes del día: en cuántas ocasiones no he tenido que reprogramar actividades previamente fijadas por tener que disponerme a asistir a una misa de difunto.

Pero ahora en que no estamos para nada en tiempos normales, en que ni siquiera hay misas de difuntos, en que vivimos una pandemia como ninguno de nosotros había conocido jamás, si hay algo que me impresiona y sobrecoge es ver cómo han aumentado los avisos necrológicos. Antes solían ocupar una media página. Hoy más de una.

Cada día parecen aumentar y pienso también en todas esas muertes que no se avisan en las páginas de los diarios, porque no se ha querido o no se ha podido. Pero cada una es importante. Son “yos” con  sus circunstancias, sus familias, sus improntas, sus alegrías y dolores.

Todo esto me hace recordar, no niego que con un cierto temblor, un video que recibí desde Italia a mediados de marzo. En este se iban recorriendo las páginas de una edición de “L’Eco di Bergamo”, fundado en 1880.  Eran nada menos que diez páginas con avisos necrológicos. En el mes anterior en ese mismo diario esos avisos habían ocupado una página y un poco más. Ese poco más no alcanzaba a ser media página. Sin duda este marzo marcó un hito en la historia periodística de “L’Eco di Bergamo”, aunque desconozco qué habrá sucedido durante las dos guerras mundiales.

Pero espero que no lleguemos a eso. Italia se desbordó y en Chile, a pesar de los pesares, al parecer se logrará finalmente vencer este virus que nos ha llegado desde China.

En tiempos normales, como les llamo, tras leer los nombres de los difuntos yo solía disponerme a leer otra sección del diario sin más. Ahora debo reconocer que aun sin haber estado jamás con esas personas que están detrás de esos nombres, me da un vuelco el corazón. Todos me importan, como reconozco me deberían haber importado antes de esta pandemia esos otros nombres que iban apareciendo.

Como previsible y con una gran pena ya me he encontrado con nombres de quienes he conocido y que, aunque he estado informada desde la víspera de leer el diario que ya han partido, no he podido dejar de sentir un estremecimiento.

Esos nombres han  pertenecido a quienes no solo he conocido sino apreciado, y tomo conciencia de que ya no voy a volver a encontrarme con ellos cualquier día y a cualquier hora. Se trata eso sí de que ese estremecimiento se trueque rápidamente en una plegaria porque, en definitiva, lo que de verdad sucede es que esas personas se nos han adelantado. En otras palabras, solo se han asomado antes que nosotros a la eternidad.

 

Lillian Calm

Periodista

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