DEL HAMBRE TAMBIÉN SE PUEDE PROFITAR

 

Lillian Calm escribe: “Los números de la pandemia aumentan pero, ¿a cuánto llegarían sin los esfuerzos del ministro de Salud, Jaime Mañalich, por hacer frente al Covid 19 como si se encontrara en un campo de batalla de esos que no dan tregua alguna?”.

No tengo empatía alguna hacia el ministro Mañalich. Lo encuentro, sin conocerlo personalmente, poco simpático, poco amable. Pero si de mí dependiera le levantaría una estatua, ya, ahora, y en un lugar donde el chileno sin cultura no pudiera jamás derribarla.

Los números de la pandemia aumentan pero, ¿a cuánto llegarían sin los esfuerzos del ministro de Salud, Jaime Mañalich, por hacer frente al Covid 19 como si se encontrara en un campo de batalla de esos que no dan tregua alguna?

Fui muy crítica de La Moneda por su respuesta (perdón, por su no respuesta) ante el denominado estallido social que prácticamente destrozó un país que, si bien queremos con toda el alma, nunca alcanzó en años pretéritos el carácter de aquellos que fueron virreinato. Nosotros fuimos apenas una capitanía general. Y ni hablar de los terremotos.

Pero ahora, aunque aún no conocemos los resultados finales de esta pandemia en Chile, y no sabemos siquiera cuántos estragos nos dejará (ya hay números equivocados en cuanto a las proyecciones), reconozco que en gran parte el éxito de  la labor emprendida, y hasta ahora dolorosa pero a la vez propicia, se debe a que el Presidente ha puesto toda su confianza en Mañalich.

Como en tantos países, nuestro enemigo es un virus que desde China se ha diseminado por el mundo entero dejando una ola no solo de muertes, sino también de desactivación económica, quiebras, desempleados y cesantes. En una palabra, pobreza. Pobreza de cuello y corbata, y sin cuello y corbata.

¿Hambre? Desgraciadamente, y por orden de partido (ni vale la pena individualizarlo) hay quienes han comenzado a usar, a explotar, a profitar del término “hambre”. Incluso desde organismos internacionales donde, tengo entendido, se come bastante bien.

Puede haber y las hay personas que lo están pasando muy mal, pero asimismo una fuertísima cruzada activada tanto desde el Gobierno como de las Universidades, de la Iglesia (tan vilipendiada recientemente) y otras organizaciones, está encauzada incesantemente a paliar lo antes posible estas falencias.

Por eso resulta singular al menos que algunos desde sus escritorios voceen hambre, hambre, hambre, y asuman desde la distancia ciertos carteles levantados en exiguas protestas (“tenemos hambre”).

¿Cuántos de los que están detrás se habrán metido la mano al bolsillo para contribuir al menos en un ápice a solucionar un tema que duele? O debe doler y no constituirse en botín de consignas políticas. Porque por lo demás, los que verdaderamente tienen hambre, no suelen salir a protestar a las calles.

Hace una semana, el pasado 21 de mayo, la ex Presidenta Michelle Bachelet interrumpió los homenajes a Arturo Prat (que por la contingencia no podían ser demasiados ni solemnes) para hablar desde Ginebra. Entre otras frases (señaló que sobre su cadáver volvería a postularse) dijo que “es clave generar mecanismos de protección social importantes” y que “ha habido repartición de canastas de alimentos, pero parece que son escasas comparativamente para la situación”.

Fue el ministro de Hacienda, Ignacio Briones, quien le respondió a través de un medio periodístico: “Tengo un gran respeto por la Presidenta Bachelet, pero creo que acá siempre es mucho más fácil opinar de afuera que estando adentro”.

Qué pequeño, pienso, es hablar de canastas “escasas comparativamente para la situación” desde altísimos cargos foráneos. Pero las palabras que me llamaron más la atención fueron las de la entrevistadora de la ex mandataria, quien supe que trabaja en la fundación de Bachelet.

Le dijo al terminar que la echábamos mucho de menos. ¿Quiénes? No especificó. Supongo que ella, su familia o los de esa fundación, porque al menos yo, que soy ciudadana chilena, no la echo para nada de menos, señora Bachelet.

 

Lillian Calm

Periodista

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