Es curioso cómo funciona la mente. No dudo que el tema María Corina Machado dará para escribir novelas con argumentos espeluznantes, para crear filmes de esos con entradas agotadas (aún no conocemos The End, pero ya lo vaticinamos) y, quizás, hasta se pueda componer una ópera en tres actos, en que a una soprano se le encargue el rol de Machado … si es que existe un compositor que se atreva a musicalizar el tema.
Si bien la trama no es de esas que ocurren todos los días, al leer los pormenores de la huida de la protagonista desde Caracas a Oslo vía Curazao algo me suena a deja vu. Un deja vu que no tiene, lo reconozco, casi nada de deja vu… Pero es que los recuerdos son impredecibles, van y vienen, y se asoman a la mente solo a veces y sin saber muy bien por qué. Quizás las dos historias (la de Machado y la que rememoro) nada tienen que ver, pero alguna imprevisible tecla me hace recordar las hazañas de Pimpinela Escarlata.
He leído mucho en estos días sobre María Corina Machado. Leí que un veterano retirado del Ejército y de la Marina de Estados Unidos estuvo tras su exitosa (y si no inentendible) salida desde Venezuela. Bryan Stern es el nombre del artífice de un selecto grupo de rescate, el Grey Bull, que ya cuenta con otras liberaciones desde diferentes áreas de conflicto.
No me remitiré aquí a la publicación de The Wall Street Journal, que detalla el encuentro de Stern con Machado y la travesía caribeña. Me imagino que los lectores más interesados, de una manera u otra, ya estamos al tanto de estas peripecias, pero el asunto es que estas me llevaron a dar ese impredecible salto mental (impredecible porque son argumentos que casi nada tienen que ver entre sí) a un libro que leí en mi adolescencia y cuyo argumento nunca he olvidado: Pimpinela Escarlata.
Si lo leí fue porque sabiamente me lo recomendó la recordada Mrs. Eleanor Riddell, bibliotecaria del colegio. Era una profesora asequible, a quien yo veía ya muy mayor (ahora pienso que quizás ni siquiera era cincuentona). Tenía mejillas muy coloraditas, y hablaba un perfecto inglés y un muy mal castellano. Un castellano con el más puro de los acentos británicos.
Al leer, ahora, sobre el arriesgado encuentro de María Corina Machado y Bryan Stern (versión sin idilio de por medio, por supuesto), recordé esas páginas románticas y aventuradas escritas por la baronesa de Orczy a principios del siglo XX, que me recomendó precisamente Mrs. Riddell y que sitúan a los personajes a finales del siglo XVIII, en pleno régimen del terror y de la guillotina en Francia.
¿Maximiliano de Robespierre viene a ser asimilable al dirigente sindical Nicolás Maduro, que se ha apoderado hoy de Venezuela?
No tienen nada que ver, me dirán, pero yo sigo recorriendo esas páginas de Pimpinela Escarlata, con su protagonista Sir Percy Blakeney, tan bien caracterizado por Leslie Howard en el cine. Quien diría que el inefable Pimpinela Escarlata era el verdadero héroe que lograba salvar a tantas víctimas de la guillotina.
Aún, repito, no entiendo muy bien por qué recordé esa saga escenificada en el siglo XVIII y tan llena de peripecias, al leer la odisea de María Corina Machado camino a Oslo. O, más bien, al dejar Venezuela. Pimpinela Escarlata tiene mucho de historia, romanticismo y terror. La epopeya de María Corina Machado cuenta, en cambio, con mucho de presente y, por ahora, de terror, pero asimismo encierra una cercana y muy promisoria esperanza.
Lillian Calm