ANITA FRESNO DE LEIGHTON ME REVELÓ DETALLES DEL ATENTADO EN ROMA

 

ANITA FRESNO DE LEIGHTON ME REVELÓ

DETALLES DEL ATENTADO EN ROMA

Lillian Calm escribe: “El matrimonio Leighton-Fresno estaba exiliado en Roma… pero dejémosla hablar a ella a través de esa entrevista. Fue en el verano de 1986 cuando me recibió en su casa del barrio alto de Santiago”.

Leo que se cumplieron cincuenta años desde ese atentado casi mortal, en plena ciudad de Roma, contra el político democratacristiano Bernardo Leighton y Anita Fresno de Leighton. Me impresionó y mucho, pues recordé el momento, más de una década después, en que me llamó Carlos Paúl, casado con su sobrina Gloria, para preguntarme si quería entrevistarla para el diario El Sur de Concepción.

Recordé de inmediato los hechos. El matrimonio Leighton-Fresno estaba exiliado en Roma… pero dejémosla hablar a ella a través de esa entrevista.

Fue en el verano de 1986 cuando me recibió en su casa del barrio alto de Santiago. Acababa de escribir sus Recuerdos, que ella definía como afectos que agradecemos; hechos que perdonamos. Sin pretensiones literarias, pero con una profunda fuerza testimonial, recordaba el exilio y el atentado que ella y su marido sufrieron en Roma el 6 de octubre de 1975.

Cito un párrafo:

… de pronto vi venir a un hombre que caminaba en diagonal, taconeando muy fuerte. Eso me llamó la atención porque como es una calle de tránsito tan grande, es muy difícil atravesarla (…) Como dije, esto me extrañó, pero no le di mayor importancia. Sentí sus pasos perderse sobre el pavimento, me pareció que usaba botas y por supuesto no lo miré hacia atrás: nosotros seguimos caminando de frente. Noté sí que estaba muy oscuro porque el faro que quedaba frente a la reja estaba descompuesto. Sentir los dos balazos y estar en el suelo fue lo mismo. Al caer sentí que mi cuerpo era un saco. Me encontré botada en el suelo sin ningún ruido a mi alrededor, un silencio absoluto. No sentía pasar autos y, en el primer momento, no sentía nada. Tampoco oía a Bernardo.

En la entrada de su casa, donde tuvo lugar esta entrevista, destacaba una bendición del entonces Papa Juan Pablo II. Ya en el living observé una pintura con una placa que recordaba: los compañeros de curso 1926 al vicepresidente de la República.

Anita Freno dejó los bastones metálicos junto al sillón y fue ella la que comenzó el interrogatorio:

-¿Qué me va a preguntar?

-A través de sus escritos se advierte que usted es una persona creyente. ¿Varió en algo su fe después del atentado?

-Le agradezco esta pregunta. He recibido desde chica una educación religiosa y estuve muy cerca de mi tío, monseñor Juan Francisco Fresno Ingunza, que fue deán de la Catedral de Santiago (llevaba el mismo nombre de su sobrino, entonces cardenal arzobispo de Santiago). No diría que mi fe haya variado después del atentado. Puedo decir, sí, que he valorado más lo que Nuestro Señor puede; que para Él no hay nada imposible. Tengo también la certeza de que la Virgen

nos ayudó mucho. Diría que he aprendido a dar más gracias a Dios que antes. Para mí fue muy grande haber quedado con vida. Piense que vi pasar a una persona. ¿Cómo iba a pensar que a los pocos segundos nos iba a disparar por la espalda con la intención de liquidarnos?

-¿Cree que alguien que no ha vivido el exilio, puede comprender realmente lo que esa situación implica?

-Muchas personas, por la manera de expresarse, no le dan importancia al exilio. Esto lo hacen sin ninguna mala intención porque, desde luego, no podemos suponer intenciones; simplemente porque no le toman el peso, aunque sé que muchos han sufrido con sus parientes y amigos. No se puede generalizar. Pienso que el exilio es uno de los castigos más fuertes que puede sufrir el ser humano. Eso sí, hay una diferencia: no todos los exilios son iguales, pues ello depende mucho del país y de quienes nos rodean. Si bien no puedo decir que todos sean semejantes, el fondo es el mismo. Es esa dureza que se experimenta al saber que no se puede volver a la Patria cuando se desea; que uno puede tener a un ser amado enfermo. A mí desgraciadamente me ocurrió con mi hermana mayor: no la volví a ver. Fue un golpe muy fuerte.

-¿Y respecto al país?

-Se extraña todo: sus tierras, sus montañas, cualquier cosa… aunque sea un dulce. Se echa de menos aquello a lo cual antes nunca se le había dado importancia. Yo nunca le había dado mayor importancia a la cazuela chilena: no me llamaba la atención. Pero nunca he comido una con tanto gusto como la que comí en París. En otra oportunidad estábamos en Alemania y les dije a unas chilenas, todas casadas con becados: ¡Qué ganas de comer dulces chilenos!  Me gustaban, pero nunca había tenido locura por ellos. Me respondieron: ¿Y qué nos demoramos? Una aportó un libro de cocina, las otras procuraron conseguir los ingredientes… Son detalles que significan mucho. Y cuando le llevé flores al Papa procuré que fueran lo más parecidas a las chilenas. Sin querer permanentemente se compara todo, aunque uno quiera mucho al país donde está, porque quisimos mucho a Italia. Y está, por sobre todo, ese gran deseo de ver a los seres queridos.

-¿Dónde conoció a Bernardo Leighton?

-En una recepción en homenaje a los cincuenta años de un gran abogado: don Darío Urzúa.

-¿Cómo encuentra el apodo de Hermano Bernardo?

-Cariñoso, amable. Representa mucho de lo que él es. Nunca le ve defectos a la gente. Para él todo es positivo…

-¿Nunca han elucubrado si existe una relación entre su atentado y otros, como los del general Prats o el de Orlando Letelier?

-Sinceramente a nosotros eso no nos preocupa. Pensé, cuando estaba botada en el suelo, que no era el momento de juzgar. En Italia muchas veces nos ofrecieron abogados, pero nosotros nunca aceptamos. No nos interesa. Creemos que hay un Ser Superior a todos, que es el único que puede juzgar con claridad.

 

(Anita Fresno de Leighton murió en 2011).

 

Lillian Calm

Periodista

23-10-2025

 

 BLOG: www.lilliancalm.com

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