ROSARIO GUZMÁN ERRÁZURIZ

 

ROSARIO GUZMÁN ERRÁZURIZ

Lillian Calm escribe: “El sábado que recién pasó recibí un llamado: Rosario había muerto, Sabía que estaba muy enferma pero, ante la noticia, parte de toda una vida se va reproduciendo mentalmente como en un filme del que queremos saltarnos el final”.

Entramos a trabajar a la revista Qué Pas a desde el mismísimo número cero (número de prueba de una nueva publicación) y Rosario Guzmán Errázuriz fue la gran entrevistadora de la sección Perfil Humano. Pero no llevábamos aún ni trescientas ediciones cuando por un llamado telefónico supo que le habían concedido el premio Helena Rubinstein de Periodismo 1976. Era ella, en esos momentos, el Perfil Humano y no podía hacérselo a sí misma. Me pidieron a mí que la entrevistara.

La conocía mucho y no solo por provenir de la misma Escuela de Periodismo de la Universidad Católica. En el entonces ya lejano 1964 habíamos coincidido en un tour a Europa organizado por su madre Carmen Errázuriz, en el que también viajaban su hermana María Isabel y su hermano Jaime, jovencísimo estudiante de Derecho quien llegaría a ser constitucionalista, senador y ante todo académico e ideólogo.

(No profundizaré aquí en el asesinato de Jaime, que todos tenemos aún tan demasiado presente).

El sábado que recién pasó recibí un llamado: Rosario había muerto, Sabía que estaba muy enferma pero, ante la noticia, parte de toda una vida se va reproduciendo mentalmente como en un filme del que queremos saltarnos el final.

Más que una especie de curriculum vitae (de por sí extenso) reproduciré algo, solo algo, de lo que fue ese Perfil Humano que le hice a la Charito, entonces casada con el médico Víctor Santa Cruz (luego enviudaría) y madre de cinco hijos.

Algunas de esas respuestas constituirían hoy día, creo, un buen material para alumnos de Periodismo.

-¿Qué experimenta una entrevistadora al ser entrevistada?

-Una sensación curiosa. No es agradable, y ello quizás se deba a que uno sabe cuáles son los mecanismos para llegar al alma de la otra persona y para tratar de invadirla. Cuando eso lo están haciendo con uno, es más difícil aceptarlo. Se me ocurre que se trata de la misma sensación que le puede producir a un cirujano el que lo estén operando: se sabe cómo se opera, a dónde se llega, qué se produce. Y eso, repito, no es agradable.

-¿Cómo se hace una entrevista?

-Siempre he pensado que no hay técnicas para la entrevista: esta resulta o no resulta en la medida en que se produce o no un encuentro. Creer que siempre se logra un buen encuentro entre un entrevistado y un entrevistador es falso. Hay desencuentros tremendos y personas con las que uno sabe que, en el mismo minuto de decirles buenas tardes, se produjo un cortocircuito. Es por eso que no se puede ir con una técnica preconcebida. Lo bueno para unos, no lo es para otros. Hay tantas formas de tratar al ser humano como seres humanos hay. No cabe pensar en una técnica común.

-¿Cuál era su actitud, por ejemplo, ante un jerarca de la Unidad Popular cuando esa persona respondía que no quería tratar tal punto?

-Lo respetaba tanto como podría respetar a mi mejor amigo. Para mí, quien sea el entrevistado y de donde provenga no determina para nada mi forma de entrevistar. Soy respetuosa de cualquier reticencia que él pueda tener. Ahora, soy más respetuosa de lo humano que de lo ideológico. Le acepto a una persona que tenga una intimidad que sea muy propia y que no quiera trasmitir. Creo que eso es legítimo. En el terreno de lo ideológico, yo diría que lo obligaría un poco a definirse porque ahí hay una responsabilidad de por medio. Si evade una respuesta tratando de parecer conciliador si no lo es, y de quedar bien con Dios y con el diablo, yo ahí trato de definirlo y de que diga lo que piensa.

-¿Qué hace con esos entrevistados que insisten en ver la entrevista escrita antes de que se publique?

- Les digo que no es posible y que no lo hago nunca, porque la verdad es que lo he hecho en una sola oportunidad.

-¿Cuándo?

-Lo hice con don Jorge Alessandri. Por la investidura que tenía y por el esfuerzo que yo sé que significó concederme una entrevista cuando no la daba a nadie; casi como una manifestación de gratitud, yo le dije que le mostraba la entrevista. Creo que agregó un punto y coma, en una parte, y borró una palabra. Y nada más.

-¿Cómo calificaría la entrevista Perfil Humano que le hizo al pintor Sergio Matta?

-Como ingrata. Creo que había un prejuicio de parte de él, más en cuanto al medio que lo estaba entrevistando, la revista Qué Pasa, que en cuanto a la persona. No tenía idea de quién era yo. El hombre, por lo tanto, fue a la defensiva en un principio y, de pronto, pasó a la ofensiva absoluta. Yo estaba en el octavo mes de embarazo. Él me recibió en el Canal 9 rodeado de los integrantes de la Ramona Parra, que estuvieron presentes en la entrevista. Quiso que nos quedáramos ahí y me hizo apoyar el cuaderno en un piano. Yo estaba de pie, frente a esta gente que miraba y se sonreía… Era un ambiente fatal. Una mujer, que no sé por qué razón estaba muy molesta con la idea de la entrevista, lo trataba de persuadir para que se apurara. Yo procuré ir al grano, porque me di cuenta de que la cosa no iba a dar para mucho.

Y continuó:

-Tal vez lo llevé a definirse demasiado temprano y le planteé con mucho respeto lo inconsecuente que me parecía su postura marxista con su forma burguesa de vivir. Y ahí el hombre perdió absolutamente el control: me hizo mil pedazos el cuaderno donde yo tenía entrevistas de muchas otras personas y me dejó llorando.

-Todo eso se reflejó en el Perfil Humano, pero después vino una segunda parte…

-Efectivamente. Él después supo quién era yo. Conocía a mi familia. Me mandó tres o cuatro cartas y un ramo de flores. No cambié en absoluto mi opinión: sentí que no me pedía perdón por el hecho de haber herido a un ser humano, sino porque ello lo podía perjudicar, tal vez, socialmente hablando.

-Suponiendo que usted no fuera hermana de Jaime Guzmán y que tuviera que entrevistarlo, ¿qué le preguntaría?

-Le preguntaría por qué da esa imagen de dureza y frialdad, en circunstancias que cualquier persona que lo conoce bien sabe lo humano y lo tremendamente compasivo que es, como también lo que es capaz de hacer por quien se encuentra en una situación dolorosa, aun cuando se trate de su peor enemigo. Siempre he pensado que a Jaime no le interesa mostrar lo mejor de sí mismo, sino que asume un papel donde, lamentablemente, presenta, por el lado bueno, toda su brillantez y claridad mental y, por el lado malo, algo tremendamente duro. Yo le preguntaría eso: ¿por qué no muestra esa inmensa calidez que yo sé que tiene?

-Y para Rosario Guzmán, ¿qué significa Dios?

-Es lo que le da sentido a mi vida.

 

Lillian Calm

Periodista

24-07-2025

 

 BLOG: www.lilliancalm.com

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