Me agobió la actualidad. Necesito un descanso, al menos por esta semana. Esto me llevó a escribir una columna alejada de las encuestas y del día a día; más bien, y como decíamos antes, sin orden ni concierto. Y decidí fabular. Solo fabular. No hay como contar cuentos cuando el presente nos supera.
Érase una vez una niña llamada Violeta. Ella no es sino un personaje imaginario de tantos, porque son muchas las Violetas que peregrinan por este mundo. Sus padres fueron grandes padres: dejaron que naciera en un país donde no a todos los niñitos les es permitido nacer. Pero ese es otro tema.
Vamos, por ahora, a concentrarnos en nuestra Violeta, este pequeño personaje semi real, que buscamos insertar en esos libros de cuentos infantiles con una magia de nunca acabar.
Violeta tenía dos abuelos y una tía: la tía Jeannette, pero de ella hablaremos en otra oportunidad.
El abuelo era un viejito, de barba, que vivía en Brasil. A él le gustaba jugar con ladrillos. BRICKS, en inglés (diccionario Merriam-Webster). Él solo le quitaba la k y los dejaba en BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
¿Qué eran los BRICS? Mejor no explicarle a la pequeña Violeta porque se puede asustar: eran reuniones a las que también iban lobos feroces, a los que el abuelo (creo que a él le decían algo así como Lula) le gustaba invitar. Pero no todos le aceptaban la invitación. Lo que pasa es que el papá de Violeta, de puro porfiado, partió corriendo a la reunión de Lula, el anfitrión… y esto a pesar de que en su casa le advirtieron que tuviera mucho, pero mucho cuidado. Y, al parecer, como consecuencia ya estaría quedando la crema.
Y Lula, el abuelo viejito, en esos días acababa de llegar a su casa porque a él también le gusta viajar, tanto como al papá de Violeta. Había ido nada menos que a una ciudad muy grande y bonita que se llama Buenos Aires. Ahí hay barrios preciosos, que la gente grande incluso llama señoriales. En uno de ellos vive la abuela (imaginaria, claro) de Violeta. Ella se llama Cristina y a la pobre la tienen encerrada en su casa porque dicen que se portó muy mal.
Lula, como decía, la fue a ver, pero la verdad es que ni siquiera se quedó una hora con ella. Parece que todo esto era puro show, como aseguran algunos. Pero tengo una tincada: que la abuela Cristina (ella también es muy mayor, pero trata de disimularlo), le mandó una muñeca a Violeta.
Y aquí tengo que contarte otro cuento. Un cuento en un cuento, con la diferencia de los cuentos que en lo que viene ahora… todo es verdad.
Cuando Cristina vivía en la Casa Rosada (total, era la Presidenta) mandó a hacer unas muñecas de trapo a las que llamó Cristinitas (comprobar en Google). Las transaba en la parte posterior de esa residencia. Recuerdo que por unos catorce dólares se podía comprar una ¡Cristinita de trapo!, de unos 30 centímetros de alto y vestida de luto riguroso… De luto porque Néstor, su marido, había muerto. Lo que pasa es que ella quería transformarse en mito. Mito es lo mismo que un cuento y ella sabía que érase una vez había habido una Evita Perón que, incluso, inspiró musical comedies (así, en inglés) en Broadway y en Londres.
Pero no resultó así con Cristina. Caprichos de la vida.
Curiosamente, a medida que los agentinos más alegaban contra la abuela, más se agotaban las Cristinitas de trapo. Pero estoy segura de que alguna debe haber quedado por ahí y, en esos pocos minutos en que el abuelo Lula estuvo con la abuela Cristina, ella le tiene que haber pedido que le llevara una muñeca Cristinita a Violeta (aunque quizás también le cobró los catorce dólares), y le pidó que se la entregara a su papá Gabriel, cuando lo viera en estos días.
Porque por ahora el papá de Violeta no tiene planeado ir al país donde está la abuela Cirstina. Hay moros en la costa, dice.
Otro día les voy a contar más de este cuento que, colorín colorado, por ahora se ha acabado.