Ha sido LA noticia (después del caso Monsalve, eso sí) y ha opacado, incluso, la llegada de la comitiva presidencial hasta el mismísimo Polo. Se habló de autogol, ya que nada menos que dos artículos de la Constitución impiden al Estado comprarle un bien a una ministra de Estado (Maya Fernández, aunque no sea la única propietaria).
Por lo demás, Guardia Vieja no fue la única residencia de Salvador Allende durante su presidencia. Además de La Moneda estaban Tomás Moro y El Cañaveral… Fuera de quien fuera la propiedad, ¿también se pensaban adquirir?
No profundizaré en el caso (de un costo de $ 933 millones para el erario nacional), pero sí quiero recordar (por lo demás suelo hacerlo cada cierto tiempo) una conferencia de prensa a la que asistí en esa controvertida casa de calle Guardia Vieja,
Fue en 1970.
Yo había hecho mi práctica profesional en la oficina que tenía en Santiago el diario El Sur de Concepción y me quedé unos años trabajando ahí, lo que me permitió abordar desde el principio una amplia gama de reportajes.
El senador Salvador Allende, después de varios intentos, era el Presidente electo de Chile. Se vivía un período tenso: él había obtenido por escaso margen la primera mayoría en votación popular y, me parece que por entonces, ya había sido ratificado por el Congreso con la anuencia de la Democracia Cristiana.
Recordemos: ese partido aceptó suscribir un estatuto de garantías o pacto de caballeros para apoyar al candidato de la Unidad Popular, pacto de caballeros que sería borrado de un plumazo por ese gobierno de la Unidad Popular.
En ese interregno -postrimerías del mandato de Eduardo Frei Montalva y actuaciones del Presidente electo-, me pautearon una conferencia de prensa organizada por el comando electoral de la Unidad Popular en la casa de Allende, en calle Guardia Vieja, comuna de Providencia.
Al llegar encontré a no más de una quincena de periodistas, casi todos extranjeros. Los chilenos éramos dos o tres. Pero pasaban y pasaban los minutos y las medias horas y las horas, y la conferencia de prensa no comenzaba.
Esperábamos en el living de la casa, donde me llamó la atención, en especial, su valiosa colección de imaginería colonial. Y desde el jardín (a donde teníamos acceso), a través de un amplio ventanal, veíamos cómo, en el comedor, alrededor de una larga mesa, los más cercanos a Salvador Allende trazaban líneas. Entre ellos recuerdo, como si fuera hoy, al periodista Augusto Olivares, más conocido como el Perro Olivares. No se encontraba ahí, por supuesto, en su calidad de periodista, sino de militante del Partido Socialista, fundador de la revista Punto Final y asesor personal de Salvador Allende, quien luego lo nombraría director de Prensa de Televisión Nacional.
Finalmente, con horas de atraso, apareció Allende ante los periodistas acompañado de sus más cercanos. Éramos dos o tres mujeres. Se fue directamente donde estaba yo, la más joven. Me abrazó y mientras me tenía asida fuertemente sin soltarme, rodeándome con uno de sus brazos, me preguntó a qué medio representaba.
Le dije.
Recuerdo sus palabras (aún no me soltaba), como si me las repitiera hoy día:
- Fuera de aquí . Fuera de mi casa. Esa es una empresa capitalista, explotadora (para hacer mejor la composición de escena, es importante aclarar que yo tenía poco más de veinte años y que los periodistas extranjeros observaban la escena más bien incrédulos, con una semisonrisa).
Y al mismo tiempo que me acercaba más hacia él, como para tranquilizarme me decía:
-No se lo digo a usted, compañera trabajadora. Se lo digo a su empresa.
Me parece que esta anécdota, la más desagradable que he vivido en más de cincuenta años de ejercicio periodístico, no necesita preámbulos ni colofones: el Presidente electo, incluso antes de asumir, lanzando dardos hacia los medios de comunicación.
Obviemos comentar el abrazo, pero hay algo que no puedo olvidar de ese momento: cómo la cercanía con él me hacía percibir que el almuerzo, sin duda, había sido bien regado.
Me parece que después de saludar de mano uno a uno a los otros periodistas habló de la contingencia. Pero de eso ya no recuerdo absolutamente nada. Total, la memoria suele ser frágil para lo superfluo.