La semana pasada titulé mi columna de los jueves Ignorancia supina y subrayaba que, según la Real Academia Española, esa es la ignorancia que se debe a la negligencia de aprender o inquirir lo que se debe saber.
Más aún recalcaba que solo por ignorancia supina se entiende que la autoridad haya tenido problemas de agenda (como se llegó a explicar), para no tomar un avión y ser parte, ya fuera en Buenos Aires, en Roma o en el Beagle, de alguna reunión conmemorativa entre los mandatarios de Chile y Argentina . Y no porque sí. Nada menos que por los cuarenta años de la firma del histórico Tratado de Paz y Amistad, del cual fue mediador el Papa Juan Pablo II.
Después de una semana sigo pensando que la conmemoración debió ser a nivel presidencial, pero ahora ya se vislumbran mejor las causas de la ausencia al más alto nivel: la reunión del G 20 habría producido desencuentros (así se los define) con Milei; y, por otra parte, circunstancias de bajísimo tono (recurramos a la alegoría) demandaban la presencia del mandatario en Santiago tras un segundo remezón noticioso, dado esta vez a conocer después de las elecciones.
En síntesis, pienso que esas circunstancias de bajísimo tono también habrían impedido que el mandatario viajara a Roma a una conmemoración, al más alto nivel, de un tratado que evitó una guerra entre Chile y Argentina.
No se trata de un aniversario menor. Reitero: ¡cuatro décadas del tratado que evitó una guerra! Me llamó la atención, la semana pasada recibir tantos comentarios de los lectores… abismados, todos, ante los singulares problemas de la agenda presidencial.
Fue una reacción, yo diría, unánime, pero entre tantas recibí un WhatsApp de una periodista que conozco bien y que, desde el fondo del alma, me trasmitió un relato que no puedo dejar de reproducir. Es lo que yo llamaría historia personal. No es la de los libros de historia, pero es una de las muchas historias personales y estas , todas unidas, conforman la que constituye, en definitiva, la historia de los pueblos, de las naciones, de los países, de los continentes y del mundo.
Esto dice su WhatsApp:
Cada vez que leo tus columnas sobre la importancia del tratado de paz entre Chile y Argentina algo me pasa... No sé si se me aprieta el corazón, pero algo me pasa que me hace recordar esos tiempos..
Yo tenía cinco o seis años y había aprendido a leer porque mi mamá me aseguraba que los presidentes de Chile y Argentina, algún día, se darían un abrazo que saldría fotografiado en los diarios. Y, mientras tanto, en mis noches yo me comía la angustia, pensando a dónde iría yo a vivir: si en la parte argentina o chilena de la cordillera de Los Andes, porque mis primos de la misma edad me exigían compromiso con uno de los dos países. Querían que me definiera públicamente por uno u otro, ¡no se podía ser tibio en algo tan trascendental! Y yo no quería escoger; lo encontraba injusto. Eran mis dos países; había nacido en Argentina y vivía en Chile. Eran mi papá por un lado y mi mamá por el otro, y no podía optar por uno y dejar fuera al otro.
Es así como el diario La Segunda de esa época se transformó en algo fundamental en mi vida. Ahí estaba mi anhelo secreto de ver lo que mi mamá me había prometido.
Y fue así como aprendí a leer leyéndola o leyéndote, quizás... Cada tarde llegaba del colegio y me la devoraba buscando ese artículo que anunciara el fin del conflicto. Crecí y esa noticia se demoró unos años en aparecer y, ahora, pienso que quizás con tus entrevistas, notas y reportajes me acompañaste en este proceso que para mi fue muy doloroso. Sé que tú tanto lo valoras porque lo viviste en carne y hueso y lo reporteaste hasta la médula. Así que hoy te quiero agradecer …
Te cuento, además, que el sábado, a los pies de la Virgen del Carmen, tuve la suerte de cantar la Canción Nacional de Chile y el Himno de Argentina en el Templo Votivo de Maipú, en la Misa que conmemoró los 40 años de esta gesta, la más importante de estas últimas décadas de nuestra historia patria, como tu bien dices…
Al final, junto a su firma, hay dos banderas entrelazadas: la de Chile y la de Argentina.
Yo le rebatiría un punto: no fui solo yo la que escribió sobre esa cuasi guerra en La Segunda de la época. Fuimos muchos los periodistas que reporteamos, largas horas, ese tema.
Pero ahora, tras cuarenta años, circunstancias de bajísimo tono, que para algunos parecen hasta normales, se han interpuesto ante la ceremonia romana. Quizás lo pueda resumir con las palabras con que concluía mi columna anterior:
Tristísimo. De no creerlo. Feroz...