Al bombero (ex, por supuesto) y al funcionario de Conaf (ex, también, por supuesto), se les adelantó Eróstrato. No era bombero ni funcionario de Conaf, sino pastor. Pero quería pasar a la fama. Y pasó… como pirómano.
Por eso quienes aventuran con fuego nada tienen de pioneros. Reitero: se les adelantó Eróstrato.
Muchos no lo habrán oído ni siquiera nombrar, aunque hasta Irene Vallejo le dedica unos párrafos en El infinito en un junco: “Su nombre maldito era Eróstrato. En su memoria el deseo patológico de popularidad ha venido a llamarse síndrome de Eróstrato”.
Y más que Irene Vallejo, entre otros escritores, el propio Cervantes en su Quijote (capítulo VIII de la Segunda parte): También viene con esto lo que cuentan de aquel pastor que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, solo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros; y aunque se mandó que nadie le nombrase, ni hiciese por palabra o por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavía se supo que se llamaba Eróstrato.
Tanto que incluso se había dictado una ley ( damnatio memoriae) que prohibía que se mencionara su nombre, en forma oral o por escrito.
El templo de Diana, situado en Éfeso y también llamado de Artemisa en la mitología griega, era una de las siete maravillas del mundo de entonces. Ardió el año 356 antes de Cristo.
Pareciera que nosotros, deslumbrados por tanta red social del futuro, ignoramos hasta los nombres del pasado. Como el de Eróstrato, ocultado para impedirle pasar a la fama. Sin embargo, finalmente, lo consiguió.
¿Qué querían el ex bombero y el ex funcionario de Conaf? ¿Qué buscaban y, junto con ellos, quizás otros cuántos que no han sido apercibidos todavía?
¿Tendrá que ver o no todo esto, también, con ese tan anunciado nuevo capítulo del mal titulado estallido social del 18 de octubre de 2019?
Hay declaraciones que a veces se hacen sin siquiera ponderarlas. Pero quedan.
Fabiola Campillai, hoy senadora de la República, dijo en 2021: Manifestémonos desde donde estemos, salgamos a las calles y destruyamos todo y quememos todo .
Y, meses antes, la entonces presidenta de Revolución Democrática, Catalina Pérez había apuntado en Instagram: En Chile la vida de un pobre no vale nada. ¿Cómo quieren que no quememos todo?
Sí. es la misma diputada tan cercana al encarcelado círculo de hierro del caso Democracia Viva y fraude al Fisco.
Hace falta cuidar lo que decimos.
Hace falta, también, leer historia antigua y reciente, pero no solo para lamentarnos del templo de Diana.
Ahora son 133 vidas humanas del gran incendio de Valparaíso las que ya, jamás, podrán volver a ser ellas, al menos en esta Tierra.
Lillian Calm
Periodista
30-05-2024
BLOG: www.lilliancalm.com