Leí que había regresado Roser Bru... y en el centenario de su nacimiento. Fue como si me hablaran de alguien a quien conocía de toda la vida, aunque la vi y la entrevisté una sola vez hace ya tantísimo tiempo: en 1968, el mismo año en que me recibí de periodista. Pero la seguí siempre. O, más bien, seguí la obra de esta gran artista nacional que nos llegó desde Barcelona.
Su hija fue quien logró que, tras itinerar por Chile, su grabado llegara al Palacio Schacht, maravilla neoclásica curiosamente salvada de la picota, sede de la Fundación Cultural de Providencia. Roser murió en 2021, pero su grabado no puede morir… (lo que ella misma me explicó y hoy recuerdo al final de estas líneas).
Extraigo algo de esa ya lejana entrevista:
Corría 1939. Junto a sus padres y a una hermana, Roser Bru, a los dieciséis años, atravesó el Atlántico a bordo del Winnipeg. Atrás quedaban Barcelona y los estertores de la guerra civil española. Podían radicarse en México o en Chile.
-La elección de Chile fue bastante casual. No sabíamos casi nada de ninguno de los dos países, pero se nos ocurría que Chile era más parecido a España. Recuerdo haberle oído decir a mi madre: En México hace mucho calor... ¡Y llegamos a Chile!
Los tres primeros maestros
Ella trabajaba en las mañanas en publicidad; por las tardes asistía al bellas Artes donde estudió acuarela, dibujo y pintura con Pablo Burchard, y mural con Laureano Guevara y Gregorio de la Fuente.
-Tenía que esperar de cinco a seis que empezara la última clase. Iba al taller de Laureano Guevara y él, tan cordial y paternal, siempre me daba una taza de té. Yo le estaba muy agradecida, aunque aún no me acostumbraba a tomar té. Lo encontraba tan caliente. En España se le da a los enfermos.
Pero, anotaba yo en la entrevista, Roser Bru me recibió en 1968, en su casa, con una taza de té.
Ya se había consagrado como artista y no solo con su pertenencia al Taller 99 sino con sus muchas obras premiadas esparcidas por el mundo. Entonces estaban en el Metropolitan de Nueva York, en el MOMA o Museo de Arte Moderno de esa misma ciudad, en fin… Y ya había participado en bienales realizadas en América, Europa y Asia.
Libremente en el Taller 99
-¿Por qué Roser Bru comenzó a grabar?
-Al terminar mis estudios en el Bellas Artes estaba inquieta, pues llegaba el momento de realizar lo propio. Mientras se estudia no hay tanto apremio ni responsabilidad. Sola en mi casa me era muy difícil decidirme. Estaba en la angustiosa tarea de ser y entonces empecé a aprender grabado en el Taller 99 con un grupo de artistas que trabajan libremente en la casa de Nemesio Antúnez.
Recordaba esa época en el taller denominado en homenaje al inglés Stanley William Hayter, considerado como quien más había hecho por el surgimiento del grabado como arte:
-Antes de tener un valor propio, el grabado solamente era un medio de reproducción. Nemesio Antúnez había estudiado con Hayter. El inglés tenía un taller en Nueva York y otro en París denominado Atelier 17, por estar en la calle 17. Nemesio Antúnez vivía en Guardia Vieja 99: a semejanza del de Hayter, el atelier se llamó Taller 99.
Y explicaba:
-El grabado me sirvió mucho. Me determinó. Al trabajar en cobre hay que pensar antes lo que se va a hacer. Y luego no se puede dudar: hay que hacer.
-¿Cuál es su técnica?
-Yo uso varias. No soy tan partidaria de la técnica como de lo que se quiere decir. Primero pienso lo que quiero decir, busco la técnica adecuada y si no la tengo, la invento. Añado cosas. Por ejemplo, para dibujar letras he usado un tampón como esos que dicen “PAGADO”. Esto está de acuerdo con la ley del grabado: grabado es todo lo que sea reproducible igual. Trabajo en cobre, madera y litografía, es decir, en piedra.
Continuaba:
-El artista se realiza a través de quien lo mira. Para que haya diálogo se necesita decir algo y que alguien lo oiga, pero yo no pienso en el público en el momento de crear. En ese caso estaría sujeta a la opinión de los demás. Diría siempre: Y. ¿si mi vecina no entiende esto? o ¿qué pensará de esto otro, mi mamá? Es necesario borrar al público para tener libertad de crear. Recuerdo que en mi primera exposición yo sufría por los demás. Pensaba: No les va a gustar; no van a saber qué decir. Ahora me hago la lesa y no pregunto.
Nada es porque sí
Luego, dijo como para sí misma:
-Soy una persona con muchas raíces. Puedo cambiar en mis maneras de hacer, pero en el fondo siempre es un mismo tema el que me interesa: el hombre. Incluso en mis paisajes de arideces se denota la presencia del ser humano… el arado, la tierra. Estamos rodeados de tantas cosas y todas nos afectan; nada es porque sí.
-¿Es ilimitado el número de copias que se obtienen de un mismo grabado?
-La ética profesional permite al grabador sacar solamente determinados ejemplares de una misma plancha.. Estos se enumeran hasta que se termina la edición. La plancha ya no puede usarse más y el grabador debe rayarla, herirla, para señalar que la edición está agotada.
No puedo rayarla
-Y, ¿si le roban la plancha?
-Una vez me robaron veinte planchas sin que estuvieran sacados todos los ejemplares y, sin embargo, estoy casi segura de que las querían para venderlas como cobre en el mercado persa. Desaparecieron junto con las de otros grabadores del taller.
Y comentaba:
-Por lo general yo saco veinticinco grabados numerados de las planchas. Cuando termino la edición no saco más copias, envuelvo la plancha y la guardo, pero no puedo rayarla. Me da mucha pena. Siempre recuerdo una plancha con un dibujo clásico sobre Balzac hecha por Picasso. Al terminar la edición el artista había hecho una raya tan bonita que no era una herida, no era una estocada, no era como decirle al grabado: Yo te mato. Es muy triste herirlo, pues el grabado tiene la gracia de ser muy generoso; se multiplica, lo que permite obtener más ejemplares; es de menor costo; es pequeño y siempre puede obsequiársele a alguien por correo.
Lillian Calm
Periodista
11-04-2024
BLOG: www.lilliancalm.com