Reconozco que la invitación me descolocó.
Me la enviaba el rector de la Universidad de los Andes, José Antonio Guzmán, y el objetivo era agradecer “su aporte y compromiso durante los inicios de la Universidad”. Y, además, “junto a otros que trabajaron en esos primeros años, queremos rememorar el pasado y hacerlos partícipes de nuestros desafíos futuros”.
La invitación me descolocó absolutamente y por dos motivos: en primer lugar, vivimos en un mundo en que pareciera que ya muy poco se agradece. O, más bien, nada. Y, segundo, tengo muy claro que la Universidad no tiene nada que agradecerme: por el contrario soy yo la que le tengo que agradecerle a esa institución, que vi nacer, por todo lo que me entregó cuando hice clases en la Escuela de Periodismo y, luego, como miembro de la Junta Directiva durante unos ocho años.
Pero, ¿que ahora sea la Universidad la que me agradezca a mí? El mundo al revés, pensé, pero ahí estuve puntualmente en un desayuno distendido y lleno de anécdotas de los inicios.
Supe que la ronda de estos desayunos comenzó recién este año y que invitarán a otros “ex”. Pero eso no fue todo. Al término, el rector nos regaló un libro que se acaba de publicar: Universidad de los Andes – 25 años de historia.
El tiempo transcurre, lo que en este caso resulta más que una frase hecha. La Universidad ya superó esos primeros 25 años sintetizados en el texto encargado al abogado e historiador Enrique Brahm, profesor que aceptó la tarea planteada, en su momento, por otros dos académicos: María Angélica Mir y Manuel José Vial.
Sé que no hay que definir las cosas por lo que no son, pero el libro, a pesar del título, está absolutamente en las antípodas de ser un ladrillo. Y no solo para quienes hemos seguido el plantel desde sus inicios.
Salpicado de anécdotas, de hechos casi increíbles, como en las páginas de un cuento se van sucediendo inesperadas realidades y hechos inverosímiles; el comienzo va dando forma, como se lee, a “los primeros años de historia de la Universidad y la esencia de su ideario” (porque esta Universidad tiene ideario).
Y el meollo del cuento (no puede hablarse de final, sino que estoy segura de que estos son, apenas, los principios de una institución que será más que centenaria) comienza en septiembre de 1989 cuando surgió, según palabras de su primer rector, el abogado constitucionalista Raúl Bertelsen, “como una iniciativa destinada a servir a la sociedad a través del cultivo riguroso de los distintos saberes, y de la formación intelectual y moral de la juventud, basada en el ejemplo y en las enseñanzas del fundador del Opus Dei, monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer”.
Los comienzos-comienzos parten en 1990 con 38 alumnos, un único curso, una única carrera (Derecho) y una Universidad “que estaba destinada a durar siglos”. La primera sede estaba en calle Bustamante.
Las más de doscientas páginas están lejos de ser ese frío almanaque que a veces suelen distribuir algunas instituciones. Por el contrario: estos capítulos revelan con rigor histórico la vivencia a veces diaria de cómo pueden hacerse las cosas bien, con idas y venidas, con dificultades y tropiezos, con comienzos que no siempre resultan fáciles ni menos gratos. Pero pareciera que la mirada está fija, siempre, hacia un final feliz.
En ese sentido este libro subraya la trascendencia de esta institución, y demuestra cómo se sale adelante a pesar de los obstáculos y de muchos “peros”.
Sus anécdotas enriquecen al lector y no solo al que ha tenido alguna relación con esa alma mater. Por el contrario: destacan cómo un grupo (más bien de audaces que de visionarios), puede sacar una obra adelante. Siempre, eso sí, que lo haga de buena fe y que, verdaderamente, se lo proponga.
Lillian Calm
Periodista
15-06-2023