GRETE MOSTNY REVIVIDA

 

GRETE MOSTNY REVIVIDA 

Lillian Calm escribe: “Con el fin de asustar a la gente, me decía,  se presume que cada momia tiene su maldición ( que se seque la mano que toque mi cuerpo). El mito cundió a raíz de todos los accidentes casuales que sufrieron los descubridores de Tutankamón. Sin embargo James Henry Breastead, el último arqueólogo que estudió su tumba, murió en Nueva York a los 70 años (entonces era una edad avanzada) tranquilamente en su cama”.

La noticia me hizo retroceder varias décadas. Supe que el Museo Nacional de Historia Natural ha catalogado, y ahora tiene a disposición de investigadores, gran parte del trabajo de quien fuera su directora entre 1964 y 1982: la austríaca Grete Mostny. Si bien aún falta mucho, hay que reconocer que lo logrado también es demasiado, por evaluarlo de alguna manera.

 

Fue en esos años sesenta, a fines. Yo me iniciaba en el Periodismo y estaba recién titulada (o por dar el examen de grado) cuando llegué a entrevistarla a la dirección del Museo, en Quinta Normal.

Pero, horror. Cuando el artículo apareció publicado vi de inmediato que en vez de Grete le habían puesto Greta. No solía ser siempre, pero sucedía -a lo mejor sucede todavía- que una mano negra cambia el producto final de los periodistas y no siempre para bien. Pero aquí voy a escribir no de Greta, sino de Grete Mostny.

La entrevisté sobre ella y la museología, y lo primero que me dijo fue que siempre se había sentido atraída por el pasado… pero, agrego yo, un pasado muy pasado.

Desde pequeña, en su Austria natal, leía mitos y leyendas de griegos y romanos. Ingresó a la Universidad de Viena donde estudió Egiptología e idiomas africanos. Luego se doctoró en Bélgica en filología e historia oriental.

En 1939, ya con un doctorado a cuestas, decidió partir a América y así se sumó al éxodo de europeos que huían de la guerra.

Eligió Chile y no fue por una especial predilección ya que en Europa, me reconoció, existía una gran ignorancia en materia de países latinoamericanos. La única razón fue que conocía a una chilena de Osorno, casada con un austríaco.

Con ella hizo los primeros contactos y al llegar, ese mismo año, comenzó a trabajar en el Museo Nacional de Historia Natural de la Quinta Normal.

-Los museólogos formamos una especie de masonería. Si vamos a cualquier país, lo primero que hacemos es visitar el museo que tenemos más cerca. Yo llegué a Chile y me dirigí al de Historia Natural. ¿La razón? Don Ricardo Latcham, que era el director, hablaba inglés.

Cuando la entrevisté, en 1968, Grete Mostny era la conservadora de ese museo. Además era la presidenta de la Comisión Nacional de Museos, autora de diversas obras y estudios, y profesora de Antropología Cultural, Prehistoria Chilena y Prehistoria Americana en la Universidad de Chile.

Pero me confesó que no solo se dedicaba al pasado sino que le gustaba alternar el trabajo intelectual con labores manuales. Cosía, tejía, y era el gásfiter y el electricista de su propia casa.

Y, por supuesto, participó en múltiples excavaciones, incluso en Egipto.

-¿Cree en la maldición que dicen recae sobre toda persona que entre a la tumba de Tutankamón?

Sonrió:

-Los arqueólogos que han descubierto la tumba de este faraón son los que han sufrido más accidentes. Pero no solo se trata de Tutankamón. Con el fin de asustar a la gente se presume que cada momia tiene su maldición ( que se seque la mano que toque mi cuerpo). El mito cundió a raíz de todos los accidentes casuales que sufrieron los descubridores de Tutankamón. Sin embargo James Henry Breastead, el último arqueólogo que estudió su tumba, murió en Nueva York a los 70 años (entonces era una edad avanzada) tranquilamente en su cama.

Grete Mostny realizó excavaciones y estudios etnográficos en todo Chile: en Arica, en el interior de Calama, en San Pedro de Atacama, en Guatocondo, Tierra del Fuego…

-Todo me apasiona. En el sur se pueden conservar huesos y piedras valiosas; en el norte la sequedad y el salitre permiten que todo se conserve, incluso los tejidos. Una de las excavaciones más impresionantes a las que he asistido es la de un cementerio incásico en La Reina.

Y ya no se detuvo sino que me explicó apasionada y largamente cómo calculaba la antigüedad de sus hallazgos. Uno de esos hallazgos -no directamente de ella, pero de dos arrieros- fue el del Niño del Cerro el Plomo, una momia a la que ella le supo dar la trascendencia arqueológica y etnológica requerida, y que otros habían desestimado.

Hasta ese momento (no sé si hasta hoy) se consideraba la momia inca más austral del Tahuantinsuyo. La llevó al Museo de Historia Natural, muy cerca de su oficina donde la entrevisté hace ya muchas décadas.

 

Lillian Calm

Periodista

16-03-2023

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