MÁS DE JIMMY HOLGER

 

MÁS DE JIMMY HOLGER

 

Lillian Calm escribe: “El protagonista de esta columna es James Holger (Jimmy, desde el momento en que uno lo conocía), un diplomático-diplomático (es decir, profesional de carrera y de los buenos), pero que no se creía el cuento. Era tan fácil, tan llano, tan sin aspavientos”.

-¿Qué fue del embajador James Holger?, me preguntaron unas dos o tres personas tras leer mi última columna. Es por eso que decidí retomar el mismo tema de la semana pasada.

El jueves 2 escribí sobre el papel de este diplomático chileno en el bullado caso Honecker, precisamente porque se habían cumplido tres décadas desde que Erich Honecker aterrizó en Santiago de Chile para estar junto a su familia durante sus últimos meses de vida (estaba diagnosticado con un cáncer terminal).

Una aclaración para los que hoy día ni saben quien era Honecker: el máximo líder de la Alemania comunista hasta que cayó el muro mortal que las dividía, y la dos Alemanias se reunificaron en una sola Alemania. Fue esta Alemania reunificada la que enjuició a ese líder, nada menos que por la muerte de 192 personas que habían intentado cruzar ese ya legendario muro.

Me llamó la atención que la columna produjera tanto interés. Incluso me hizo pensar que es necesario escribir más sobre episodios del pasado. Una periodista ducha en temas internacionales me envió un mail:

-Me encantaría una continuación en una nueva columna. ¿Qué fue del embajador? ¿Por qué sabía tantos idiomas?

En realidad, James Holger no fue de los embajadores más conocidos. Por eso siempre he pensado que, a pesar de la gran distancia que siento frente al matrimonio Honecker (ella incluso calificó de estúpidos ante la televisión alemana y desde Chile a quienes habían muerto por procurar atravesar el muro de Berlín), les agradezco en lo que les cabe en esta historia, haber conocido tan de cerca (sería la primera de muchas veces que lo entrevistaría) a uno de los embajadores (y he conocido a muchos) que más me han impresionado por su profesionalismo y oficio. Y sencillez, por supuesto. Además, aún en los momentos más difíciles sabía conservar un gran sentido del humor.

Por todo esto el protagonista de esta columna es James Holger (Jimmy, desde el momento en que uno lo conocía), un diplomático-diplomático (es decir, profesional de carrera y de los buenos), pero que no se creía el cuento. Era tan fácil, tan llano, tan sin aspavientos.

En pleno caso Honecker el embajador Holger viajó desde Moscú a Chile por unas horas. En la sede de la Embajada de Chile estaban alojados los Honecker, lo que había producido un impasse tridimensional (Chile, Rusia, Alemania).

En el diario me pidieron que lo entrevistara. Difícil. Era tan bajo perfil que ni siquiera en la Cancillería de entonces sabían cómo ubicarlo. Una amiga mía casada con diplomático lo conocía bien y logró contactarlo. Él no tenía una oficina donde recibirme, pero le dijo que al día siguiente, a tal hora en punto de la mañana, estaría en mi casa.

Entrevista a domicilio, pensé yo. No podía creer que hubiera sido fácil dar con él y además… a domicilio. Llegó muy en punto, pero no empezamos de inmediato con las preguntas y respuestas, ya que se entretuvo largos minutos con Maximiliano, el gato. La música (su señora era pianista y había sido alumna de Claudio Arrau) y los gatos, lo apasionaban.

-Nosotros viajamos siempre con los cuatro patas, me explicó.

En el intertanto, yo pensaba que ese hombre que no parecía tener apuro y que seguía jugando con Maximiliano, era el anfitrión en Moscú del matrimonio Honecker, convidados de piedra de la Embajada de Chile… aunque no tan de piedra.

El embajador chileno Clodomiro Almeyda (político socialista que se había desempeñado como canciller de Salvador Allende) había recibido a los Honecker en calidad de huéspedes, dinamitando una gran crisis diplomática.

James Holger en ese entonces era embajador alterno de Chile en Naciones Unidas con sede en Nueva York, pero sus dos misiones previas en Moscú llevaron a que se le solicitara trasladarse de inmediato a esa ciudad en calidad de embajador extraordinario; luego asumiría como embajador titular en reemplazo de Almeyda, donde permanecería desde 1992 a 1997.

Tenía tras sí un largo curriculum vitae diplomático. Me contó que a lo mejor habría sido marino, como su padre, pero que ello no pudo ser “porque soy daltónico, y de los agudos… Desde chico me han gustado los animales y a los nueve años pinté un grupo de burros verdes”.

La profesora pensó que se estaba riendo de ella.

Entonces le pregunté:

-En su primera destinación a Moscú (me refería a los años sesenta, ya que, como decía, luego del caso Honecker sería designado embajador en Rusia), cuando todavía existía la Unión Soviética, ¿no temió confundir el color rojo?

Jimmy Holger sonrió y me contestó con humor:

-El rojo es precisamente uno de los colores que los daltónicos confundimos. ¡Una vez casi choqué al no distinguir el rojo en un semáforo de Agua Santa! Pero al llegar a la entonces Unión Soviética, sabía que lo que podría para mí ser café, era rojo.

Una primera destinación en Moscú, un Moscú rojo, rojo, le sirvió a Jimmy Holger de escuela para luego desentrañar el que llegaría a ser uno de los capítulos más difíciles de nuestra historia internacional: el caso Honecker.

En esa oportunidad me señaló:

-El idioma ruso me está volviendo mucho más rápido que el alemán.

Le pregunté si consideraba que la ex Unión Soviética y la actual Rusia eran países muy distintos:

-Sí, pero hay cierta continuidad histórica. Esas raíces le dan estabilidad al proceso. El pueblo es eminentemente nacionalista. Ahora constituido en un ente-nación exclusivamente ruso, está rehabilitando figuras e instituciones que anteceden a 1917: se han cambiado nombres de calles y ciudades. Muchos ven esto con cierto orgullo; no obstante yo estoy dedicado en forma exclusiva al caso Honecker; este proceso me interesa enormemente y el idioma ruso me está volviendo mucho más rápido que el alemán.

Solo días después de mi entrevista, el embajador Jimmy Holger acompañó a Erich Honecker hasta el avión que lo extraditaría a Alemania, donde fue encarcelado y, tras unos meses, liberado por su estado de salud. Entonces viajó a Chile donde ya se encontraba Margot Honecker, quien previamente había llegado para reunirse con su hija casada con chileno.

Tras dejar a Honecker en el avión, el embajador Holger envió a Chile un brevísimo mensaje: “Misión cumplida”.

En agosto de 2014 leí con pesar un comunicado de la Cancillería:

“El Ministerio de Relaciones Exteriores lamenta profundamente el sensible fallecimiento del distinguido diplomático y Embajador James Holger Blair ocurrido el pasado 1 de agosto.
James Holger ingresó al Servicio Exterior en 1949 y en su destacada carrera ejerció funciones en las Embajadas de Chile en Estados Unidos, la Unión Soviética, La República Federal de Alemania, La República Democrática de Alemania y asimismo ante la Organización de Estados Americanos y Naciones Unidas (…) Posteriormente, como funcionario de Naciones Unidas, ejerció como Asesor para las fuerzas de Naciones Unidas en El Líbano, como Representante Alterno del Secretario General de Naciones Unidas en Chipre y como Director del Centro de Informaciones de Naciones Unidas en Washington…”.

 

Lillian Calm

Periodista

09-02-2023

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