EN BICICLETA

 

Lillian Calm escribe: “Leo, oigo y veo que muchos de quienes también han elegido mi profesión se han deslumbrado con un hecho que yo considero hasta banal: que el Presidente de Chile se va y parece que se vuelve hasta y desde La Moneda en bicicleta, teniendo como punto de partida o llegada el barrio Yungay, donde vive: casi tres kilómetros. ¿Qué tiene de raro que un hombre joven, que no dejó hace muchos los años la adolescencia, pueda pedalear esos casi tres kilómetros?”.

Décadas de periodismo adiestran a discernir entre lo que es noticia y no es noticia. Ya en la Escuela de Periodismo algunos profesionales fogueados nos enseñaron la clásica distinción: si un perro muerde a un hombre, no es noticia. Si un hombre muerde a un perro es noticia. Hoy, como están las cosas, ya no me extrañaría que la segunda alternativa dejara también de ser noticia.

Para mí una verdadera noticia, perdónenme la redundancia, es la que hace noticia.

Leo, oigo y veo que muchos de quienes también han elegido mi profesión se han deslumbrado con un hecho que yo considero hasta banal: que el Presidente de Chile se va y parece que se vuelve hasta y desde La Moneda en bicicleta, teniendo como punto de partida o llegada el barrio Yungay, donde vive: casi tres kilómetros.

¿Qué tiene de raro que un hombre joven, que no dejó hace muchos los años la adolescencia, pueda pedalear esos casi tres kilómetros?

No creo que lo haga solo para adelgazar, porque tiempo atrás leímos que llegó una trotadora o su equivalente a Palacio.

Me temo que la razón sea otra: demostrarnos a los chilenos que vivimos en un país idílico donde todo lo que leemos de la Araucanía es falso; donde aún no ha llegado el Tren de Aragua; donde a nadie se le asesina en nuestra bucólica Alameda de las Delicias; donde no suelen aparecer cuerpos de NNs incinerados o apuñalados; donde la palabra sicario está solo en la imaginación de mentes enfermas; donde las usurpaciones y loteos de terrenos son apenas hechos de la causa; donde los portonazos vendrían a ser una falacia; donde la inflación es solo una quimera; donde las autoridades de antes y de ahora no han permitido que ingrese ningún inmigrante ilegal; donde la drogadicción es un cuento de hadas; donde tener que organizar un bingo en Coyhaique para pagar a los profesores es solo ciencia ficción; donde las tardes de los viernes (y también de otros días) son de la más envidiable de las quietudes; donde a nadie, pero a nadie, se le pasaría por la mente incendiar iglesias; donde los rayados de quienes se creen graffiteros de verdad, nos han convertido las ciudades en los más límpidos de los espacios urbanos… Francamente no quiero seguir con los donde

Pero tendríamos que suponer que el país ha llegado a ser tan bucólico, tan paradisíaco, que hasta el Presidente puede trasladarse en bicicleta.

Sé que algunos lectores me van a entender: los que tengan más décadas de vida. Pienso que si no todos, la mayoría, recordamos a un Presidente de Chile, en tiempos que ya empezaban a encresparse, caminar tranquilamente por el centro de Santiago, ida y vuelta desde su casa (un departamento en la calle Phillips) hasta La Moneda: Jorge Alessandri Rodríguez.

Y si alguna vez necesitaba trasladarse en auto, lo hacía en su viejo Mercury, muchas veces conduciendo él mismo.

Pero, una salvedad: él siempre iba de corbata.

 

Lillian Calm

Periodista

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