ELIZABETH REGINA

 

Lillian Calm escribe: “Nunca consigné esa breve conversación en letras de molde, porque la verdad es que no tuvo mayor trascendencia. Solo transcribí sus actividades y lo que más recuerdo fue lo inusitado del fervor popular. Horas después de su partida entrevisté al entonces embajador de Chile en Londres, Víctor Santa Cruz (el padre de Lucía), artífice en gran parte de esa visita realizada en tiempos de Eduardo Frei Montalva”.

No sé si el nuestro era otro Chile. Solo sé que cuando la reina Isabel II pisó nuestro territorio, Chile se desbordó. Y siguió desbordado durante toda su estancia. ¿Siete días? ¿Ocho? Hoy, con una perspectiva de más de medio siglo –y cuando incluso tantos testimonios periodísticos nos recuerdan el fervor de esos días- revivo la visita de esa aún joven monarca que reinaría incluso más años que su tatarabuela, la longeva reina Victoria.

Su primera actividad en Santiago fue recibir a algunos directivos de la prensa en el hotel Carrera (hoy Cancillería) donde se alojaba, pues como se ha recordado el Palacio Cousiño se había incendiado muy poco antes de su llegada. A pesar de que asistían a esa reunión veteranos del periodismo, me vi incluida… quizás porque hablaba inglés. De veterana no tenía nada: fue en 1968, el mismísimo año en que me recibí de periodista.

Sabía que por protocolo si ella no tomaba la iniciativa, no se le podía dirigir la palabra. Por eso no podía creer cuando la reina se me acercó y me habló.

Fue una breve, brevísima conversación. Fueron unos minutos en que me preguntó por mi inglés (le expliqué que había estudiado en colegio británico) y por la sequía que entonces vivía el país. Recuerdo que me comentó que al cruzar la cordillera, desde las ventanillas del avión había visto muy poca nieve en Los Andes y que ello tenía que constituir una gran preocupación nacional.

Eso fue todo. Si tuviera que describirla diría: una reina.

Estuve detrás de sus pasos, en el Prince of Wales Country Club, en la casa colonial que tenía el entonces canciller Gabriel Valdés en Lo Barnechea, en el cerro Santa Lucía donde recuerdo que se sacó un guante para firmar no sé qué documento… Fue la única vez que la vi sin guante. Y ahí estampó su Elizabeth Regina.

Nunca consigné esa breve conversación en letras de molde, porque la verdad es que no tuvo mayor trascendencia. Solo transcribí sus actividades y lo que más recuerdo fue lo inusitado del fervor popular.

Horas después de su partida entrevisté al entonces embajador de Chile en Londres, Víctor Santa Cruz (el padre de Lucía), artífice en gran parte de esa visita realizada en tiempos de Eduardo Frei Montalva.

Abogado, académico, diputado, Víctor Santa Cruz llevaba diez años como embajador de Chile ante la Corte de Saint James, pero también había vivido anteriormente en Gran Bretaña cuando su padre estaba acreditado en Londres. Estudió en el Stonyhurst College, el colegio católico inglés más antiguo.

Eran tiempos en que los embajadores que no pertenecían a la carrera diplomática eran seleccionados por sus atributos para desempeñarse ante determinado país. Como se dice, iban a prestar servicios… y no en pago de servicios prestados.

-¿Hasta qué punto se siente británico?, le pregunté.

-Soy chileno enteramente, totalmente. Debo confesar, sí, que tengo un afecto enorme por Inglaterra, me respondió el embajador Santa Cruz.

-¿Esperaba el éxito que tuvo en Chile la visita de la Reina Isabel II?

-Esperaba mucho, pero lo logrado es mayor que todo lo que se podía esperar. Influyeron en ello las excepcionales condiciones personales de la Reina, que el pueblo con su gran intuición y captación vio inmediatamente.

Le pregunté, asimismo, sobre el problema del Beagle, diferendo con Argentina entregado al arbitraje de la Reina (la sentencia se daría a conocer nueve años después de esa entrevista y Argentina declararía el laudo “insalvablemente nulo”).

-¿Qué hace Inglaterra por la cooperación de los dos países?

Ante esta pregunta me señaló que no podía agregar nada a los conceptos vertidos en conferencia de prensa por Lord Chalfont, ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, y quien había manifestado: “Se trata de un asunto en que existen dos aspectos: uno jurídico y otro práctico. Jurídicamente basta con que uno de los dos países pida el arbitraje. En lo práctico, sin embargo, es difícil si no imposible hacer progresar el proceso del arbitraje si los dos países no cooperan”.

-¿La reina Isabel le comentó a usted algo de su visita a Chile?

-Más que nada le impresionaron la naturalidad, la espontaneidad y el afecto del pueblo. Las otras cosas ya las sabía, pero lo que realmente le sorprendió fue la reacción popular alegre, respetuosa y afectiva. La monarquía británica es un símbolo de nacionalidad, y no cabe duda de que la monarquía tiene esa gran ventaja: el jefe de Estado es una expresión de todo el pueblo.

Y confirmaba sonriendo:

-Al captarlo, sin duda los chilenos aparecieron en esto casi más monárquicos que los británicos.

Luego, ya serio, explicó que en Inglaterra conservadores y laboristas son igualmente monárquicos, pues palpan y comprenden el buen funcionamiento del sistema.

-Evidentemente a la monarquía inglesa la respaldan siglos de tradición. Sería absolutamente absurdo improvisar una monarquía, comentó.

-Y para Inglaterra, ¿cuál es la importancia de esta visita de la reina Isabel a América Latina?

-Después de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña solo miraba hacia África y Asia, continentes donde tenía colonias. Ahora, ya repuesta, ha vuelto sus ojos hacia América Latina y la mueven intereses de todo tipo: comerciales, culturales, políticos.

-¿Por qué la Reina ha venido precisamente a Chile?

-Chile puede haberse transformado en un foco de atención por su estabilidad política y su régimen libre, por su sistema económico, por los vínculos tradicionales de ambos países que se extienden desde hace mucho más de un siglo, y por una serie de mayores afinidades en relación a otras naciones.

Hasta ahí el entonces embajador Santa Cruz.

Con la muerte de Isabel II termina todo un ciclo, incluso más allá de las fronteras del Reino Unido. Ella marcó toda una época. Tal vez su último esfuerzo, a los 96 años y solo horas antes de morir, fue recibir a la nueva primer ministro Liz Truss. Quizás fue una determinación titánica, pero para ella el deber, the duty, fue siempre lo primero.

 

 

Lillian Calm

Periodista

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