ARTE URBANO: ¿ARTE?

 

Lillian Calm escribe: Las cúpulas del Palacio de Bellas Artes continuaban inmunes hasta esta semana en que dos vándales es decir, un vándalo y una vándala (aunque retiro lo dicho porque podría ser juzgada por trasgredir sus derechos humanos), mejor dos artistes urbanos según las fotografías fueron captados in fraganti por los vecinos al rayar esa cúpula que tiene que haber sido traída (no puedo certificarlo pero me imagino) del mismo París”.

Los años, la vida, a uno la hacen ir cambiando mucho, muchísimo. Recuerdo mi indignación, a comienzos de los ochenta, cuando se instaló una silla de playa (aunque de fierro) en el frontis del Palacio de Bellas Artes, magnífica construcción inspirada en la Francia del siglo XIX. Su autor, el arquitecto chileno Emilio Jéquier, era hijo de franceses y había estudiado en París.

Pero no fui entonces la única en poner el grito en el cielo por la susodicha silla de playa. Era el tema del momento. Supe después que en una humorada la hicieron desaparecer y, al ser recuperada, se fue a descansar, como tantas otras obras de arte (su autor es Humberto Nilo), a las bodegas del museo.

Desde entonces he visto tanto arte y des-arte, si puede decirse así, que para mí esa silla, colocada hace años ante ese magnífico frontis, llega a ser solo una anécdota y nada más.

Me importa muchísimo más lo que años después sucedió con la obra de esa gran escultura que fue Rebeca Matte, también situada en ese frontis y que había tenido que convivir unos días a escasa distancia de la silla de marras.

A comienzos de 2018 se autorizó una carrera automovilística de la fórmula E frente al Palacio. No solo se dañaron adoquines centenarios sino que al terminar, una máquina pesada contratada para dejar todo como si aquí no hubiera pasado nada, cercenó la escultura monumental de Rebeca Matte que debió resguardarse mientras se la restauraba tras una reja de gallinero (muchos, con criterio o descriterio artístico, pensarían que se traataba una instalación): ¡la escultura de Rebeca Matte dentro de un gallinero!

Las esculturas, está claro, se pueden restaurar, pero una escultura restaurada pasa a ser eso: una escultura restaurada.

Por lo demás, hoy ya con perspectiva observamos que el destrozo que dejó la carrera automovilística fue nimio si observamos cómo ha quedado el centro de Santiago tras el estallido de 2019 y los sucesivos estallidos semanales que se repiten cada viernes por la tarde.

Y a eso se suma otra lacra: el que llaman arte urbano. Muchos dicen que el graffiti es arte urbano, aunque otros todavía filosofan sobre si es o no lo es.

Las cúpulas del Palacio de Bellas Artes continuaban inmunes hasta esta semana en que dos vándales, es decir, un vándalo y una vándala (aunque retiro estos términos porque podría ser juzgada por trasgredir sus derechos humanos), mejor dos artistes urbanos según las fotografías, fueron captados in fraganti por los vecinos al rayar esa cúpula que tiene que haber sido traída (no puedo certificarlo pero me imagino) del mismo París.

Se habla de los jóvenes en vez de los hechores; de quienes “intervinieron” la cúpula, en vez de quienes la destrozaron. ¿Hasta cuándo seguiremos con eufemismos?

Incluso las penas por estas tropelías son bajas en Chile si las comparamos, por ejemplo, con las de Perú. Pero lo que más me ha llamado la atención es imponerme de que en el curriculum ministerial de Educación se contempla el Arte Urbano (así con mayúsculas) como enseñanza. En otras palabras, nuestros alumnos apenas saben de Grecia y de Roma, pero dominan los rayados callejeros que llaman… arte urbano.

 

Lillian Calm

Periodista

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