Locos hay para todo, pero son más los que se hacen los locos. A estos últimos les tengo mucho miedo y son de temer cuando, como acaba de suceder en París, atacan importantes patrimonios de la humanidad: la renacentista Mona Lisa, por tomar el ejemplo más cercano. Y, más encima, de paso gritan a favor de la Tierra. Del planeta Tierra.
A veces deja buenos réditos hacerse el loco. Se salta a la fama fingiendo ser una anciana en silla de ruedas que de pronto, siempre aperada de su peluca, se pone ágilmente de pie y se convierte, casi como por arte de magia, en un muchacho trastornado que le lanza un tortazo a la cara a la musa de Leonardo Da Vinci. O al cristal anti balas (y, me imagino, anti tortas) que protege a la inmortal Gioconda.
Me ha dejado pensando, y mucho, el caso del Louvre.
Cada cierto tiempo alguna obra de arte, unas más conocidas que otras, sufren un desaguisado y le echamos la culpa a algún loco. Pero el tema que me intriga es el grito de guerra del loco de la Mona Lisa: “Piensen en la Tierra. Hay gente que está destrozando el planeta. Es por ello que he hecho esto”.
Les ha dado ahora por el planeta.
Yo respeto mucho el planeta. Es el planeta donde nací, donde vivo y voy a morir, porque no vengo de Marte, pero no me pierdo: me molesta que se lo endiose. Es decir, que la carencia de Dios en ciertas generaciones tan perdidas lleve a muchos a auto exiliarse en placebos que, aunque no lo sepan, vienen a ser solo sucedáneos del propio Dios.
Pero Dios y planeta pueden convivir perfectamente, eso sí siempre guardando las distancias; y Dios resulta que no es menos que el planeta, aunque tantos procuren que lleguemos hasta a convencernos de ello.
El Papa Francisco tiene una encíclica preciosa al respecto. Pero, ¿cuántos la han leído? Y, por supuesto, Francisco no confunde el planeta con Dios, como el loco o seudo loco del Louvre.
Me refiero a la Laudato si, en que se dirige “a todos los habitantes de este planeta” (incluso al loco del Louvre) y que comienza con una frase que es prestada: “Laudato si…”.
O más extensamente “Laudato si, mi Signore” – ‘Alabado seas, mi Señor’, cantaba san Francisco de Asís”.
Y sigue el Papa: “En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: ‘Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba…’”.
Y singularmente se da una relación con Chile.
Durante su visita a nuestro país y desde la sede central de la Pontificia Universidad Católica, Francisco, al referirse a esa, su segunda encíclica, señaló:
“El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar (…) Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos…”.
Es curioso, pero hoy se tiende a hablar con grandilocuencia solo de la Tierra, como dividiéndolo y separándolo todo (si incluso esta, la Tierra, aparece destacada en el inefable texto constitucional en ciernes y en otros escritos que ya, por aburrimiento, a nadie le representan un paradigma de originalidad).
¿O nos preocupamos también de hablar con esa misma grandilocuencia para unir a toda la familia humana (partiendo por la propia)…y todo esto en “una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos…”?
En fin., Esta columna podría alargarse infinitamente porque el tema es inacabable. Pero me quedaré solo en estos esbozos que escribí porque sigo pensando, y mucho, en el loco del Louvre, y me temo que más que una carencia planetaria, ese ser humano tenga una falta absoluta, muy profunda, de Dios.
Y la verdad es que Dios hace mucha falta.
Lillian Calm
Periodista