DIECIOCHO…

 

Lillian Calm escribe: “Se habían visto y oído todo tipo de sandeces desde que se instaló la famosa Convención Constitucional. Y no me refiero a los disfraces y ni siquiera a la faramalla Rojas Vade.”.

Cualquiera puede equivocarse. No hay que ser tan rigurosos… si, total, don Mateo de Toro y Zambrano ya no está para desmentir a nadie.

Más encima, la Primera Junta de Gobierno sesionó en Santiago y sus miembros ni siquiera tuvieron la oportunidad de partir a otros lares -por ejemplo, a Antofagasta-, cual viaje de final de curso… como los convencionales de ahora.

Pero lo curioso es que tal vez, mareado por esos aires nortinos, algún convencional con muy escasas nociones de historia, arremetió contra el Dieciocho.

¿Contra el 18 de Septiembre? Sí. Contra nuestro Dieciocho de Septiembre, aunque luego elucubrara un debilucho desmentido.

Se habían visto y oído todo tipo de sandeces desde que se instaló la famosa Convención Constitucional. Y no me refiero a los disfraces y ni siquiera a la faramalla Rojas Vade. Me refiero, sí, a las insensateces de los plurinacionales que las han emprendido contra todo el ser nacional: la bandera, el escudo, la vida humana, el ser nacional en su misma esencia.

Pero esto del Dieciocho es nuevo. Absolutamente nuevo. Es lo que lo lleva a gritar “basta” a cualquier chileno de corazón.

 

Leo textualmente párrafos de algunas de las exposiciones más alambicadas:

 

“La independencia de nuestro país, lograda a partir del 18 de septiembre de 1810, respondió a un contexto histórico excluyente, que en aquellos años dejaba fuera de toda posibilidad de participación a mujeres, trabajadores, pueblos originarios y otras comunidades vulneradas” (sic).

 

Si bien no vale la pena detenerse a hacer disquisiciones sobre ese texto, y menos relativas a 1810 y a 1818 simplemente porque no las entenderían, sigo citando lo in-citable:

 

“El 18 de octubre de 2019, ese mismo pueblo se reencontró con su lucha histórica, en busca de igualdad y justicia social, y fueron los mismos estamentos de siempre los que llenaron las calles con sus banderas y cantos de esperanza. Trabajadores, mujeres y pueblos originarios inundaron las avenidas del país exigiendo un destino diferente para sus hijas e hijos” (sic).

 

Otro cerebro gris intervino desde el esparcimiento nortino:

“El 18 de septiembre de 1810 fue en Santiago. Nuevamente profundizamos el centralismo” (sic). Y más aún: “Esta es una oportunidad (...) de tomar en consideración esos puntos, no quedarnos en lo clásico, en la historia escrita por algunos, que nos mostraron un Chile que sabemos que no existe. Aquí (en Tocopilla), por ejemplo, hubo procesos muy fuertes de chilenización, después de la invasión chilena a estos territorios (...) Son muchas historias paralelas que no se resumen solamente en un momento de independencia” (sic).

 

Y la inefable Elisa Loncón no pudo dejar de hablar: “Si uno lo ve desde el punto de vista de los pueblos indígenas, el 18 de septiembre de 1810 en adelante, se inició la pérdida de la autonomía y de los territorios del pueblo mapuche. Es lo que hablamos durante todo lo que fue la Convención Constitucional, explicando lo que eso significó. No sería oportuno colocar que hicimos oídos sordos a eso” (sic).

Oídos sordos. Eso es lo que yo le aconsejaría a don Mateo y, de paso, a todos los chilenos: a los de ayer, a los de hoy y a los de mañana.

 

P:S.: En reiteradas oportunidades he utilizado sic. Según el diccionario es “palabra latina que significa ‘así’ y se usa en textos escritos para indicar que la palabra o expresión que precede, aunque pueda parecer incorrecta o equivocada, es una transcripción o copia textual del original”. Proviene de la frase latina  sic erat scriptum, “así fue escrito”.

 

Lillian Calm

Periodista

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