Brevísima pero a la vez contundente es la Carta al Director que la filósofa Alejandra Carrasco envió recientemente al diario La Tercera. Pienso que así deberían ser siempre esas cartas -sea cual fuere el tema tratado-, en lo que con el tiempo se ha convertido en un verdadero género literario. Y esa síntesis viene a ser la antítesis de esos interminables y aburridos párrafos de los que algunos hacen gala, aunque el tema al que se refieran sea tan sensible como el del que ahora se trata: la eutanasia.
Quien firma esta carta entiende de la materia, pues es miembro del Centro de Bioética de la Pontificia Universidad Católica. Su texto fue motivado por un nuevo capítulo protagonizado por la Convención Constituyente, pero esta vez no se trata del medio ambiente, ni de los animales, ni de la propiedad, ni del Poder Legislativo, ni de las facultades del Presidente de la República, ni tampoco de la edad de jubilación de los jueces. Se trata de la vida misma.
Y tanto es así que el título de la carta es Muerte indigna, por no decir lisa y llanamente… eutanasia.
Escribe Alejandra Carrasco que en “estos días en que la Convención Constituyente rechazó y volverá a discutir algunos incisos del artículo relativo al ‘derecho a la muerte digna’, cabe preguntarse qué es una muerte indigna”.
Y entra a enumerar en su carta:
“Morir con dolores insoportables por no tener dinero para un tratamiento o cuidados paliativos, es indigno.
“Morir en soledad, sin que a nadie le importe ni se dé cuenta de que faltas. Morir porque la sociedad te desecha, te dice que ya no sirves, es indigno.
“Morir porque sientes que tu vida ya no vale, que ahora sobras y que eres una carga para los demás, es indigno.
“Solicitar la muerte porque sientes todo esto y porque nadie te ha dado el tiempo, el cuidado y el apoyo para mostrarte que no es verdad, es indigno”.
Y un colofón:
“Ojalá la nueva Constitución genere las condiciones para que nadie en Chile sea expuesto o inducido a morir indignamente”.
Me pregunto, y no lo tengo claro, si se rechazó el resto la norma para poder discutir nuevamente ese artículo con el fin de explicitar más y mejor la eutanasia propiamente tal; o si se debe, por el contrario, y esta es la alternativa de los bien pensados (como ya se aprobaron los cuidados paliativos, que dejan contentos a todos), a reforzar que se garanticen solo los cuidados paliativos y no la eutanasia.
Pero como van las cosas, creo no equivocarme al pensar que muchos querrán que aparezca el vocablo eutanasia en la hipotética nueva Constitución.
Busqué una entrevista que le hice hace un tiempo precisamente a la filósofa Alejandra Carrasco. Me limito a citar dos de sus párrafos, de por sí suficientemente elocuentes:
“Cuando las cosas se legalizan, se empiezan a sentir lícitas, y si
lícitas, deben ser buenas… Entonces el suicidio termina viéndose,
sintiéndose, como una práctica completamente legítima, e incluso
también “generosa”. Aquí es donde yo digo que la eutanasia es,
como política pública, una política regresiva, es decir, perjudica a los
menos favorecidos…”.
Y continuaba:
“La razón es que basta que en un país exista la posibilidad de solicitar
una eutanasia o suicidio asistido, para que la gente esté obligada a
planteárselo. Por más que una persona, dados sus valores y principios, se oponga teóricamente a ella, en el momento de la enfermedad, del dolor físico y psicológico para el que no tiene los recursos para tratarse, o solo los tiene hipotecando la casa o el futuro de los hijos, se plantea la “opción”. ¿Quiénes son los primeros que la van a pedir?
Obviamente los que tienen menos recursos. Menos recursos
económicos y menos recursos afectivos: la gente más sola, con
menor red de apoyo. En los hospitales públicos y la permanente
necesidad de camas, cuando haya eutanasia, ¿alguien cree, con
honestidad, que a los ancianos que agonizan allí por meses y que
nadie los ha ido a ver por años, no se les insistirá en ‘la opción’?”.
Me parece que ahora solo nos queda abrir bien los ojos
para ver, observar y descubrir qué se nos piensa adjudicar.
No sé si el verbo preciso sea adjudicar pero en el tema del suicidio asistido prefiero, al menos por ahora, no utilizar el verbo imponer.
Lillian Calm
Periodista