Decidí escribir sobre la corbata. Las corbatas. Aunque existe una inmensidad de material me quedé con una sola definición tan pedestre como, a mi juicio, cierta: “Si se la utiliza es para representar valores de seriedad, confianza y elegancia”.
Ahí está todo dicho.
Su origen se remonta, singularmente, a los antiguos croatas, pero sería el rey Luis XV de Francia quien primero la llevó como se usa hasta hoy día.
Su nombre viene del italiano cravatta, que a su vez procede del francés cravate, y que quiere decir propio de Croacia.
Hay quienes no la usan jamás y se han convertido en verdaderos esclavos de su obsesión: no usarla por motivo alguno.
Pero existen otros códigos no menos originales sobre su significado.
Tiempo atrás el diario ABC de Madrid informaba:
“(Existe) un nuevo código entre monárquicos y españolísimos. Aparentemente, en las reuniones de profesionales de pro, estos últimos días se ha creado una nueva clave: ‘La corbata verde’. Su color escrito: V. E. R. D. E., esconde en sus iniciales la siguiente frase: ‘Viva el Rey de España’. Simple y brillante iniciativa popular, que no impuesta”.
Mucho más cerca, en Argentina, surgió la tendencia contraria con los descamisados, esos que no conocieron ni conocen la corbata y que derivarían en los Montoneros, grupo guerrillero de clara tendencia revolucionaria, con raíces peronistas y claros tintes políticos de extrema izquierda.
A pesar de todo, e incluso de los dictámenes de la moda, la corbata no está en extinción. Muy por el contrario. Más bien es sinónimo de formalidad, pues -dígase lo que se diga- en matrimonios, funerales, entrevistas de trabajo y actos protocolares se sugiere y se impone ir de corbata. Da formalidad a los actos y ceremonias que, recurriendo a la antítesis, no son informales.
Y la formalidad es un logro.
Así como las normas del tránsito pueden evitar choques y atropellos, la formalidad también contribuye a
la necesaria convivencia. Una convivencia que hemos perdido y que era una virtud entre nosotros, los chilenos.
Por algo existe el protocolo que muy lejos de un cúmulo de fatuidades ha sido definido como el “conjunto de reglas de cortesía que se siguen en las relaciones sociales y que han sido establecidas por costumbre”. O, también, el “conjunto de reglas de formalidad que rigen los actos y ceremonias diplomáticos y oficiales”.
Me he referido a este tema anteriormente, pero nunca está demás volver sobre él una y otra vez: si bien en el último tiempo escasea la prestancia siguen utilizándose, a nivel oficial, normas como el dress code o código de vestimenta que especifica, por ejemplo, cómo deben vestir los hombres (de oscuro, de black tie, en fin…).
El ex embajador de España en Chile, Emilio Beladiez, escribió un libro sobre protocolo en que sentencia: “Los representantes de ciertos países se creen exentos de las obligaciones derivadas de la buena educación amparados, tal vez, en credos políticos o fuerza militar. Parecen no darse cuenta -quizás no puedan- de que tales malos modales son simplemente una sola cosa: mala educación”.
Sí, porque el protocolo es universal en el mundo civilizado y los chilenos consideramos que nuestro país sigue siendo… civilizado.
Lillian Calm
Periodista