No creo que don Henri Nestlé, boticario suizo nacido en Alemania en 1814 y fundador de la empresa Nestlé, pudiera comprender jamás, de asomarse a nuestro singular mundo de hoy, que a uno de sus productos más tradicionales pero que él ni siquiera alcanzó a conocer, la tan mentada y saboreada Negrita, se le cambiara su denominación de fábrica por una razón más inentendible aún.
En todo caso el propio nombre del boticario también sufrió una mutación: de Heinrich a Henri… pero seguramente fue por una razón más comprensible de lo que hoy algunos mal llaman lenguaje inclusivo.
A este lenguaje inclusivo también obedece el término todes. Me hizo sentido confirmar que ese vocablo inventado no existe y que incluso mi computador Mac, inteligentísimo y con una inteligencia que muchos se quisieran, me marcó en rojo el error.
Más aún el todes se clasifica en lo que se denomina simplementeaberración idiomática.
Ergo, si no hubiera que respetar a quienes ejercen autoridad (aunque su autoridad sea tan limitada como puede llegar a serlo redactar una nueva Constitución y punto), concluiría que los señores convencionales constituyentes han caído en una aberración idiomática (aclaro que en esta columna estoy hablando solamente del idioma y por eso no me detengo en sus otras sucesivas aberraciones, como por ejemplo ignorar nuestra Canción Nacional).
De hecho la Nueva Gramática de la Lengua Española, publicada por la Real Academia Española y que es la única que tiene tuición en la materia, y que vela por “el español en todo el mundo” (es decir, también dentro de las paredes de nuestro ex Congreso Nacional), tras once años de trabajo de las veintidós Academias de la Lengua Española, fijó la norma lingüística para todos los hispanohablantes. Esa norma ya ha sido publicada, pero parece que es necesario repetirla una y otra vez.
Leo un solo acápite que entra en la casuística:
“Una comisión del parlamento andaluz se dirigió a la Real Academia Española (RAE) solicitando un informe sobre la corrección de los desdoblamientos tipo: diputados y diputadas, padres y madres, niños y niñas, etcétera…”. La RAE respondió puntualizando que tales piruetas lingüísticas son innecesarias.
Dictaminó: “El empleo de circunloquios y sustituciones inadecuadas:diputados y diputadas electos y electas, en vez de ‘diputados electos’, o llevaré a los niños y las niñas al colegio en vez de ‘llevaré a los niños al colegio’ resulta empobrecedor, artificioso y ridículo”.
Dejémosle la autoría de la frase anterior y su corrección a los académicos. Yo la suscribo plenamente aunque sé que me pueden caer, como suele decirse, las penas del Infierno lingüístico, tan en boga últimamente; en todo caso en lo que no caeré es en el trabalenguas del todes, que para mí reviste una mediocridad que llega a pasmar.
A propósito, acabo de recibir un escrito que también suscribo absolutamente. Dice así:
“¿Quieres aprender el verdadero lenguaje inclusivo? Háblale con respeto a un anciano; con dulzura a un niño; con firmeza un infractor; con amor a los seres queridos; con ilusión, al hablar del futuro de tu país.
“¿Quieres otro lenguaje inclusivo? Aprende braille para comunicarte con un no vidente; lenguaje de señas, para entenderte con un sordomudo; hablar pacientemente para comunicarte con un autista; referirte con pasión a los éxitos del mundo; hablar con dolor del sufrimiento ajeno”.
Inclusivo en el mismísimo diccionario de la Real Academia de la Lengua significa: “Que incluye o tiene virtud y capacidad para incluir”.
Incluir nunca ha sido sinónimo de destruir y menos destruir nuestra lengua materna, esa que aprendimos de nuestros padres en los primeros años de vida.
Lillian Calm
Periodista