SOLO ALGUNOS RECUERDOS DE MIGUEL ALEX SCHWEITZER

Lillian Calm escribe: “El sábado pasado se me vino a la mente esa escena, casi palabra tras palabra, al saber que Miguel Alex, a quien le hice tantas entrevistas y para quien tengo solo agradecimientos, había muerto pocas horas antes de un fulminante ataque al corazón”.

Una de las escenas más espectaculares que he podido presenciar en mi carrera periodística se la debo a Miguel Alex Schweitzer. Era embajador ante el Reino Unido -luego sería ministro de Relaciones Exteriores- y estando yo en Londres (mi área era primordialmente la política exterior de Chile y lo internacional) me invitó a presenciar una sesión de la Cámara de los Comunes.

El acceso es restringidísimo, pero con las credenciales diplomáticas del embajador súbitamente me encontré sentada en un lugar preferencial.

Vi entonces por primera vez a Mrs. Margaret Thatcher, la Primera Ministra, la Dama de Hierro, en plena sesión. A ratos se percibía un puro guirigay y, por momentos, eso sí más escasos, llegaban a conmocionar la flema y el acento británicos.

De pronto un parlamentario opositor al gobierno conservador de la época se levantó de su asiento y le espetó a Mrs. Thatcher algo así como “quiero hacerle tres preguntas a la Primera Ministra: primero, si viajaría sola conmigo a mi comarca a ver las malas condiciones en que se encuentran algunos de sus habitantes; segundo, si consideraría conversar con ellos y debatir soluciones a sus problemas; y, tercero, si después está dispuesta a pasar una noche, a solas conmigo, en mi casa de campo situada en las cercanías de ese lugar”.

A ella no se le movió ni un solo músculo. Impávida se puso de pie y respondió: “A la primera pregunta, no; a la segunda pregunta, no; a la tercera pregunta, no; etcétera, no”, y se sentó como si ni siquiera se le hubiera faltado el más mínimo de los respetos. Es que era de HIERRO.

El sábado pasado se me vino a la mente esa escena, casi palabra tras palabra, al saber que Miguel Alex, a quien le hice tantas entrevistas y para quien tengo solo agradecimientos, había muerto pocas horas antes de un fulminante ataque al corazón.

No pude dejar de pensar: otra gran pérdida para Chile. ¡Y en estos momentos!

Pasé el domingo sumida en la búsqueda de viejos papeles, hasta que encontré al menos algunas de las entrevistas que le hice precisamente cuando era embajador en Londres. La leí. No hay pedantería como podría haberla habido de parte de uno de los más eximios abogados, a quien solía verse en los tribunales defendiendo con ardor las causas más difíciles y bulladas. Muy por el contrario: sencillez, precisión y hasta un sutil sentido del humor.

Me salto las preguntas y respuestas más contingentes a ese momento, ya que hoy no tienen mayor interés.

Cuando aún no presentaba cartas credenciales quise saber si consideraba difícil ser embajador en Londres. Contestó:

-La verdad es que no sé qué responder. Ignoro realmente lo que es la vida de un embajador.

Y cuando ya llevaba un año, en abril de 1981…

-Diría que es menos difícil de lo que me imaginaba, sin que esto pueda constituir una respuesta simplista en el sentido que se trate de algo sencillo y sin ninguna sofisticación. Tiene sutilezas, pero no es una ciencia oculta. Probablemente para quienes tengan la experiencia resulte todavía un poco más sencillo de lo que me resulta a mí. El esfuerzo que hay que desplegar es bastante.

-¿Se refiere a los embajadores de carrera?

-Sí. Evidentemente quien ha estado en la carrera diplomática tiene todo un know how; pero puede ser también la experiencia del hombre público. Ninguna de las dos han sido mis condiciones. Yo he sido siempre un profesional: solo me he desempeñado en la universidad y como abogado.

-¿Cómo fue la recepción de la Reina cuando presentó cartas credenciales?

-Muy cordial. Yo no he participado en otras presentaciones de credenciales y, por lo tanto, no tengo parámetro para comparar. Mi impresión personal fue, sí, de mucha cordialidad y de gran destinación de tiempo. Estuve alrededor de quince minutos conversando a solas con la Reina de los tópicos más diversos.

También le pregunté:

-Los ingleses, ¿le han hecho sentir que se cometió, de parte de Argentina, un barbarismo (por usar el término de un destacado jurista), al no acatar el fallo de la Reina en el Laudo del Beagle?

-Los ingleses son gente que tiene muchos siglos de civilización y no van a ir jamás a una expresión tan abierta, puesto que en Inglaterra, en general, se habla entre líneas. Todo, entre caballeros, debe ser entendido, y no necesariamente expresado y dicho. Pero no cabe duda ninguna de que tienen un concepto muy claro de cuál ha sido la actitud correcta y cuál la incorrecta frente al fallo arbitral de Su Majestad.

Agregó:

-Pero también con ese mismo modo de ser británico, ellos han entendido que en el minuto en que la Reina entregó el fallo, se produjo lo que los juristas tendemos a llamar el desasimiento del tribunal. Ahí está el fallo; el problema de la implementación no le compete al árbitro. Es un problema, evidentemente, del Derecho Internacional, pero no del árbitro. Y, también entonces, con ese gran sentido de la imparcialidad que se tiene en Inglaterra, han querido ser totalmente neutrales, cualquiera que sea el trasfondo que ellos sienten de cumplimiento o incumplimiento, de corrección o incorrección, en la actitud de las partes contratantes.

Luego, una pregunta final:

-Este será un año muy especial en Gran Bretaña. ¿Qué significa ser embajador cuando se realice el matrimonio del Príncipe Carlos?

Rió al responder:

-Tendré que contestar esta pregunta una vez que se case.

Sin duda, Miguel Alex Schweitzer era visionario.

 

Lillian Calm

Periodista

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