UN LUNES PARA EL CABALLO DE BAQUEDANO

 

Lillian Calm escribe: “Un lunes 10 de septiembre, en la década del veinte (la fecha está borrosa pero al parecer es 1928), Joaquín Edwards Bello tituló uno de sus artículos El caballo de Baquedano, y por eso, a pesar de haber pasado casi cien años, esas líneas cobran absoluta actualidad. Fue el momento en que a Diamante lo vieron ‘ensillado, destacándose en el panorama lumínico de la cordillera, en la Plaza Italia’”.

Lunes a lunes escribía en el diario La Nación o, más bien, en La Nación de principios del siglo XX. Sus columnas se titulaban simplemente Los lunes de Joaquín Edwards Bello. Él, más que un periodista, más que un escritor, más que un cronista, era todo un personaje que obtuvo -y además los mereció- los Premios Nacionales de Literatura (1943) y Periodismo (1959).

Un lunes 10 de septiembre, en la década del veinte (la fecha está borrosa pero al parecer es 1928), Joaquín Edwards Bello tituló uno de sus artículos El caballo de Baquedano, y por eso, a pesar de haber pasado casi cien años, esas líneas cobran absoluta actualidad. Fue el momento en que según escribe a Diamante lo vieron “ensillado, destacándose en el panorama lumínico de la cordillera, en la Plaza Italia”.

Y aclara el cronista: “Ese caballo no es Babieca ni Rocinante (es decir, aclaro yo, ni el del Cid ni el del Quijote), pero tiene también un valor histórico (…) Estaba erguido en su pedestal de piedra verdosa de agradable aspecto y estaba cubierto con una capa. Es el caballo que montará el general Baquedano para emprender un viaje sin fin…”.

Luego anota el dos veces Premio Nacional:

“¡Baquedano! Vuelve a la ciudad que tanto quiso, a prolongar su mirada por la Alameda donde una tarde entró rociado de flores con la satisfacción del cumplidor”.

Transcribo otro párrafo:

“Baquedano volverá a entrar en el corazón de los santiaguinos, hacia la eternidad de la gratitud, aunque por la puerta falsa del olvido. Recordemos que Don Quijote salió de la Mancha por la puerta falsa de un corral.

“Pocos se explicarán por qué el general Baquedano, jefe de la expedición contra el tratado secreto adverso, había casi desaparecido de nuestros sentimientos. ¿Acaso porque no tenía parientes significativos? Es posible. Hay muchos monos por ahí, en formas de bronce, que casi nada significan comparados con don Manuel Baquedano. ¿Por qué lo olvidamos?”.

Sigue: “El general del 79 fue un chilenazo puro, francote y severo, con las virtudes máximas de esta patria que don Carlos de Borbón vino a llamar ‘una España cristiana’. Había en Chile entonces una pureza de porotos burros y de cebolla cruda, una caricia de boldo y peumo en el aire como una mañana de campo. Paz de alamedas y sustancia de fruta”.

Me voy al final: “Santiago, moderno, abundante en letreros que dicen demolición, hace bien en levantar la figura de Baquedano, que es como el buen sentido, la virtud, la franqueza…”.

Hace casi dos décadas la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos adquirió el original de este artículo -de puño y letra del autor- y, también, el recorte del diario de ese lunes en que fue publicado. Se encuentra en un cuaderno de tapa verde que contiene textos sobre la Guerra del Pacífico.

Por mi parte no tengo nada que agregar en esta columna que, si bien es mía, no es demasiado mía.


Lillian Calm

Periodista

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