Lillian Calm escribe: “Entonces, en momentos tan
incomprensibles, me di cuenta de que la Iglesia en Chile está muchísimo más
viva de lo que pensamos, más de lo que quisieran sus detractores, y esa norma
restrictiva que luego fue modificada en parte, ha servido para demostrarlo”.
Nota: Es la segunda vez que envío esta columna. La
primera se “empasteló”, como decimos en lenguaje periodístico. ¿La razón?
Incomprensible… pero curiosamente cada vez que escribo sobre temas relativos a
la Iglesia, algo pasa.
Qué solemnidad percibí al escuchar al obispo
pronunciar su homilía el domingo pasado. Revestido rigurosamente según manda la
liturgia, ataviado con su mitra episcopal, con ademanes ceremoniosos, subió al
ambón y desde ahí dirigió una sentida plática a sus fieles en la catedral de
San Bernardo.
Pude oírlo, palabra tras palabra, gracias a la
tecnología, es decir, un video, pero no puedo desconocer cuánto me removió
interiormente oírlo decir, en un acápite, que en esa catedral, con una
capacidad para seiscientas personas sentadas, él estaba absolutamente solo. No
había fieles. No había nadie.
A ello le obligaban las normas administrativas
dispuestas por la autoridad civil, cuyo objetivo habría sido mitigar la
pandemia mediante el aumento de las restricciones.
Y monseñor Juan Ignacio González explicó entonces
por qué la Iglesia pidió de una manera “fuerte y clara” a la autoridad que se
produjera un cambio… que de hecho, aunque mínimo, se produciría a las pocas
horas.
Se refirió con energía a la libertad religiosa y de
culto, y señaló que “no se le pide al Estado que respete la libertad religiosa
porque queremos que sea un estado confesional. No”. Explicó que según
enseña el Concilio Vaticano II “la libertad religiosa para el Estado y las
leyes es un factor esencial del bien común, que se refiere a un aspecto de la
vida del ser humano que es inherente a su naturaleza”.
Se refirió a la Mesa Interreligiosa existente; a su
respeto por las otras creencias y habló del culto a Dios. Subrayó que este no
puede estar sujeto a las mismas normas a las que están sujetas todas las
entidades sociales de una nación. Recordó que el culto a Dios constituye,
además, un mandamiento de la Ley de Dios.
Y agregó: “Por eso le hemos pedido a la autoridad
que haga una distinción entre estas manifestaciones de fe religiosas en sus
diversas expresiones, particularmente la nuestra, la católica”. Se refirió a la
celebración eucarística, a las próximas celebraciones de Semana Santa, a la
formación y a la catequesis… Y dijo: “Por eso el tratamiento debe ser diverso
al que se le da a otras actividades, sin mirarlas en menos…”.
Tras una pausa, insistió:
“Estamos en esta iglesia catedral donde caben
seiscientas personas sentadas y no hay nadie. ¿Tendrá cierta lógica esto?”. Y
enumer que luego fue
modificadamuchosoautomento de las calificbo uno por cada alumna.aia... en
WhatsApp; de sacerdotes que celebraron ó todos los resguardos sociales y
sanitarios que se adoptan para evitar contagios en estas celebraciones, a las
que calificó como “el mejor antídoto ante dolores, peligros, y la desolación
que muchos padecen”.
“Por eso hemos sido fuertes y lo seguiremos siendo,
y sabemos ya que la autoridad ha tomado nota de nuestras exigencias que son
necesarias, pero que han sido expresadas con palabras oportunas y respetuosas,
porque somos respetuosos de la autoridad. Una prueba es que en esta catedral
estoy celebrando la santa eucaristía completamente solo”.
La homilía continuó.
Entretanto fueron muchos otros los católicos que de
un modo u otro testimoniaron su fe. Supe de tantísimas cartas al director
que se escribieron a los diarios y que, aunque no aparecieron publicadas,
corrieron de WhatsApp en WhatsApp para el conocimiento de muchos; supe también
de sacerdotes que celebraron Misa solos pero con parlantes mientras los fieles
se situaban afuera, en las calles, ya que no estaban autorizados para ingresar
a las iglesias.
Entonces, en momentos tan incomprensibles, me di
cuenta de que la Iglesia en Chile está muchísimo más viva de lo que pensamos,
más de lo que quisieran sus detractores, y esa norma restrictiva que luego fue
modificada en parte, ha servido para demostrarlo.
No sé por qué. En realidad no tiene nada que ver,
pero recordé una situación que se vivió en Polonia hace ya décadas. Fue en un
colegio de mujeres. Los comunistas (entonces reinaban en ese país) aprovecharon
la oscuridad de una noche para retirar todos los crucifijos que presidían
la sala de clases de las niñas.
Al día siguiente las alumnas, al comprobar lo que
había sucedido, lloraron, pero no se quedaron solo en lágrimas: al día
subsiguiente cada una llegó con su crucifijo y así en esas salas de clases en
vez de haber un crucifijo, hubo uno por cada alumna.
Reitero: esto no tiene nada que ver con lo que ha
ocurrido en Chile, pero no sé por qué en estos días lo recordé.
Lillian Calm
Periodista