UN PASO A LOS ALTARES POR DEFENDER AL NO NACIDO

 

Lillian Calm escribe: “El Congreso en Valparaíso -para no quedarse atrás- debate un proyecto de ley presentado por tres diputadas con el fin de despenalizar el aborto dentro de las primeras 14 semanas de gestación. ¡Qué antinatural resulta que mujeres quieran exterminar a sus propios hijos!”.

Alberto Fernández, el mandatario trasandino que nos acaba de visitar -paradójicamente, connacional del Papa Francisco-, acaba de aprobar el aborto. Responde así a una campaña que clamaba por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito… como si de un derecho se tratara. Pobre Argentina. Pobre Papa.

Chile no quiere ser menos en el camino al despeñadero, es decir, en tirar a los chilenos del mañana literalmente a un basural y esparcirlos por el camino como trastos a los que no se debe preservar a diferencia, claro, del medio ambiente.

El Congreso en Valparaíso -para no quedarse atrás- debate un proyecto de ley presentado por tres diputadas con el fin de despenalizar el aborto dentro de las primeras 14 semanas de gestación. ¡Qué antinatural resulta que mujeres quieran exterminar a sus propios hijos!

La aprobación del aborto en Argentina y su nueva tramitación en Chile han gozado de amplios espacios periodísticos. Curioso, porque lo que no ha tenido difusión alguna en los medios informativos es una noticia procedente del Vaticano que prácticamente ha pasado inadvertida.

¿Cuál es? El Papa Francisco aprobó hace apenas unos días el decreto que reconoce las virtudes heroicas del científico francés Jérôme Lejeune, considerado el padre de la genética moderna… que, por lo demás, debió sufrir la displicencia de muchos genetistas.

Pero, ¿qué significa reconocer las virtudes heroicas? Ese es simplemente el primer paso para la beatificación y posterior canonización de una persona, como santo de la Iglesia Católica.

Tuve la oportunidad de leer un libro que sobre él escribió su propia hija, Clara Lejeune-Gaymard, bajo el título de La dicha de vivir - Jérôme Lejeune, mi padre. Fue este científico quien en 1959 descubrió el cromosoma 21, determinante en el síndrome de Down. Al día siguiente de la trasmisión de un debate televisivo relativo al aborto de fetos con trisonomía 21, un niño con esa condición llegó llorando acompañado de su madre a la consulta de Lejeune. Se abrazó al investigador y le dijo: “Nos quieren matar, somos débiles, no sabemos defendernos”.

Escribe la autora, madre de nueve hijos, graduada en el Instituto de Estudios Políticos de París y quien ha tenido cargos decisivos tanto en Francia como en la Unión Europea: desde ese día, “mi padre trabajó sin descanso para defender al niño no nacido”.

A la muerte de Lejeune, en abril de 1994, Juan Pablo II envió a Francia un extenso mensaje en que señalaba: “En su calidad de científico biólogo, era un apasionado de la vida. Fue en su campo una de las grandes autoridades a nivel mundial. Distintos organismos le invitaban a pronunciar conferencias y solicitaban su consejo. Era respetado incluso por quienes no compartían sus convicciones más profundas”.

Y continuaba el pontífice: “Fue uno de los ardientes defensores de la vida, especialmente de la vida de los niños no nacidos que, en nuestra civilización contemporánea, se ve a menudo amenazada hasta el punto de que cabe pensar en una amenaza programada. Hoy día esa amenaza se extiende igualmente a ancianos y enfermos. Las instituciones humanas, los parlamentos elegidos democráticamente, usurpan el derecho a poder determinar quién tiene derecho a la vida y, a la inversa, a quién se puede negar ese derecho sin culpa por su parte”.

Luego agregaba el hoy san Juan Pablo II: “De distintas maneras nuestro siglo ha tenido experiencia de una postura como esa, sobre todo durante la segunda guerra mundial y también tras el fin de la guerra…”.

Asimismo le agradecía al profesor Lejeune la iniciativa de haber creado la Academia Pontificia pro Vita y destacaba su participación en la Academia Pontificia de las Ciencias.

Me traslado a Chile: illo tempore, cuando la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes recién iniciaba su docencia, JérômeLejeune dio una clase magistral en su primera sede de calle Ejército. Una investigadora que estuvo presente me contó que él había recordado una situación muy singular: la Cámara de los Comunes lo invitó a Londres para conocer su opinión sobre la existencia de vida en los primeros meses de embarazo. Con una expresión muy fina pero a la vez irónica, él relató que les había respondido algo así como:

-Y yo les pregunto a ustedes: si su graciosa Majestad, la Reina Isabel II, en sus primeros meses de gestación no hubiera sido un ser humano, ¿me podrían responder qué habría sido?

Se produjo un silencio. La alusión a la soberana fue suficiente para que el argumento de Lejeune resultara decisivo. Sin duda jamás lo habrían esperado y con flema británica reflejaron en la sala, en sus palabras y en su actuar, cuánto los había removido el razonamiento.

Pero pasó el tiempo y cuando debieron pronunciarse nuevamente, el primer impacto se había desvanecido y esos legisladores a la hora de votar -quizás hasta a contrapelo con su propia conciencia-, terminaron aprobando el aborto.


Lillian Calm

Periodista

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