EL OSITO DE JOSEPH

 

Lillian Calm escribe: “Los padres, al igual que en otras Navidades, se esmeraron en realzar especialmente la fiesta porque, como les venían explicando año a año a sus hijos, es el cumpleaños de Jesús. Eso es lo que se celebra, aunque sean muchos los que lo hayan olvidado. Es Él el festejado. Lo primero es lo primero y había que celebrar a ese Niño en todo lo alto”.

¿Qué escribir para Navidad? El tema me llegó por sí solo al releer páginas olvidadas de un libro singular. El autor cuenta cómo Joseph desde muy pequeño fue un niño feliz. Y ello a pesar de esa difteria que tanto dolor le produjo en sus primeros años y, también, de otras enfermedades que aquejaron al niño debilucho. Su padre, oficial de policía, y María, su madre, procuraron siempre, a pesar de los problemas que pudieran surgir, que el suyo fuera un hogar feliz. Un hogar verdaderamente cristiano.

Y primero nació María; dos años después, Georg, y con más diferencia, a los cuatro años, Joseph, el menor de todos. Quizás como este era más bien enfermizo, todos supieron blindarlo especialmente y procuraron su felicidad.

Vivían en Marktl, al sureste de Alemania, municipio perteneciente a la Alta Baviera y de muy pocos habitantes. Ahí nació Joseph y ahí estaba la tienda Lechner, prácticamente frente a la casa donde vivían.

La hermana y el hermano solían ayudar al pequeñísimo Joseph a cruzar la calle para contemplar los juguetes de esa vitrina casi mágica. La imaginación volaba especialmente durante el Adviento, tiempo litúrgico ya de preparación para la Navidad y, como esta se acercaba, la tienda Lechner se engalanaba de dorados y de abetos.

Pero sin lugar a dudas lo que más fascinaba al niño Joseph era contemplar un osito que asomaba entre otros juguetes. Era de peluche y se veía amigable, muy amigable… hasta que un día una señora de la tienda salió a la calle e hizo pasar a los tres hermanos e incluso les reveló el nombre del oso: se llamaba Teddy. Los tres lo contemplaban fascinados, pero cuánto le habría gustado al pequeño Joseph tomarlo en sus brazos.

Pero un día los hermanos atravesaron la calle y desconcertados comprobaron que Teddy ya no estaba en la tienda. Un sollozo inconsolable , dolido, fue la espontánea reacción de Joseph. Sus hermanos también se apenaron pero eran mayores y supieron controlarse; procuraron calmar al más pequeño aunque nada podía mitigar su dolor.

Los padres, al igual que en otras Navidades, se esmeraron en realzar especialmente la fiesta porque, como les venían explicando año a año a sus hijos, es el cumpleaños de Jesús. Eso es lo que se celebra, aunque sean muchos los que lo hayan olvidado. Es Él el festejado. Lo primero es lo primero y había que celebrar a ese Niño en todo lo alto.

Quien narra esta escena anota: “Y llegó la Navidad, con el reparto de regalos”.

Joseph entró a la sala y su felicidad fue inmensa. Entre los regalos destinados a los niños, en un lugar reservado para él, estaba Teddy, el osito de peluche.

Escribe el relator: “El Niño Jesús se lo había traído. Este hecho le deparó la alegría más grande de su niñez”.

El relator al que hago referencia es Georg Ratzinger y es él quien en el libro Mi hermano, el Papa se detiene en este episodio que marcó a su hermano menor.

Y, por supuesto, ese hermano menor, Joseph, no es sino Benedicto XVI.

 

Lillian Calm

Periodista



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