VÁNDALOS

 

Lillian Calm escribe: “Sí. A veces los caballos piensan muchísimo más que algunos hombres. Pero esta es una reflexión muy propia mía y podría tener sus detractores”.

No me sirve para introducir esta columna una de las acepciones de “vándalo” que considera la Real Academia de la Lengua. Pero así y todo, en vez de saltármela, la transcribo porque es útil para remontarse a los orígenes del vocablo:

“Dicho de una persona: De un pueblo bárbaro de origen 

germánico oriental procedente de Escandinavia".

 

Claro: se trataba de bárbaros, pero bárbaros y todo supieron dejar su impronta. Leo en la Revista Andalucía en la historia:


“Andalucía es el fruto de múltiples experiencias históricas que fueron forjando una realidad de intercambios, mestizajes y culturas. Sin embargo, en el relato de la historia de Andalucía se suele pasar de los siglos V y VI…”.

Y se agrega a continuación:

“Y, sin embargo, estos dos siglos, protagonizados por los hispanorromanos, vándalos, suevos, alanos, visigodos y bizantinos, no son un capítulo menor ni una hoja en blanco de nuestro pasado…”.

 

Sin embargo los vándalos (lo que no ocurrió ni con los suevos, ni los alanos, ni los visigodos… sino solo con los vándalos) también dieron origen a otra acepción que desde esos siglos pretéritos ha saltado directamente desde terrenos remotos hasta nuestra vapuleada Plaza Baquedano, otrora la apacible Plaza Italia. Y en las últimas horas, hasta nuestra Alameda, otrora de las Delicias.

Esa otra acepción es esta:

“Dicho de una persona: Que comete acciones propias de gente salvaje y destructiva”.

 

A mi modo de ver la Real Academia de la Lengua define plenamente en el idioma al lumpen salvaje y destructivo que viernes tras viernes, y por supuesto también otros días de la semana, según sea la directriz, procura llegar hasta las mismísimas patas de Diamante, el caballo de Baquedano, destrozando todo lo que halla a su paso.

Desde su altura, ¿qué pensará Diamante, acostumbrado a lides heroicas, de estos vándalos de capuchas negras que apertrechados en lo que organismos internacionales denominan según un léxico meramente ideologizado “ derechos humanos”, procuran destruir el monumento, a su jinete y de paso, solo de paso, incendiar iglesias?

Sí. A veces los caballos piensan muchísimo más que algunos hombres. Pero esta es una reflexión muy propia mía y podría tener sus detractores.

Sigo:

¿Qué me dice el diccionario de Oxford?

“Vandalismo: actitud o inclinación a cometer acciones destructivas contra la propiedad pública sin consideración alguna hacia los demás”. Y agrega: “El vandalismo pone en peligro la convivencia de los ciudadanos”.

 

Claro: hay una diferencia muy marcada entre los vándalos que llegaron a la Península Ibérica en siglos pretéritos. Y es que ellos andaban más a su aire.

Por de pronto no recibían ordenes de partido o alguna directriz foránea, como sucede con estos vándalos criollos.

 

 

Lillian Calm

Periodista

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