EL FLUVIUM DE DON LUIS DE MOYA

Lillian Calm escribe: “Pero, ¿quién era Luis de Moya? ¿Qué quiere decir esa palabra latina Fluvium? Él mismo la definía: ‘Fluvium quiere ser una corriente de vida espiritual para el mundo’·. Y yo agrego: una corriente de agua viva cuyo contenido eran noticias y videos que elevaban el alma, a diferencia de tantos y tantos otros sitios de Internet que, no sé cómo decirlo, solo parecieran buscar enfangar el alma”.

Hace apenas unas semanas, el 24 de octubre, a las 5 horas y 16 minutos de la mañana, entró a mi correo una nueva edición de una página web, la última, a la que me suscribí hace ya muchos años: concretamente a mediados de 2009. Semana a semana fui recibiendo durante once años Fluvium, selección de noticias que su creador Luis de Moya enviaba a quienes quisieran recibirla desde el mundo entero. Y casi siempre incluía una meditación suya sobre algún tema espiritual.

Pero, ¿quién era Luis de Moya? ¿Qué quiere decir esa palabra latinaFluvium? Él mismo la definía: “ Fluvium quiere ser una corriente de vida espiritual para el mundo”·. Y yo agrego: una corriente de agua viva cuyo contenido eran noticias y videos que elevaban el alma, a diferencia de tantos y tantos otros sitios de Internet que, no sé cómo decirlo, solo parecieran buscar enfangar el alma.

Pero, repito, ¿quién era Luis de Moya? Un sacerdote del Opus Dei nacido en los años cincuenta (“del siglo pasado”, como le gustaba bromear) y que tras estudiar Medicina fue ordenado sacerdote por el beato Álvaro del Portillo; se doctoró en Derecho Canónico y estaba dedicado a una labor con campesinos al mismo tiempo que era capellán de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra. Todo muy normal hasta 1991… en que un accidente automovilístico, del que no tenía recuerdo alguno, lo dejó tetrapléjico.

“Para mí las cosas no han cambiado prácticamente nada”, comentaba en un video.

Y explicaba:

“Tengo los planteamientos fundamentales que se refieren a mi relación con Dios y eso no ha cambiado por haber dejado de moverme”.

Su discurso, si se puede llamar así, siempre fue el mismo que había dejado plasmado pocos años después del accidente en un libro que tituló Sobre la marcha, tanto por su visión del mundo desde una silla de ruedas como por “lo que surge con espontaneidad”: “la verdad de una situación observada y vivida”.

En uno de los videos que le filmaron años más tarde señalaba: “No me paraba a pensar en lo que ya no podía hacer ni echaba cuentas de todo lo que había perdido, sino de todo lo que no había perdido. Lo fundamental: estoy vivo, para mí el punto de referencia en la vida es Dios y Dios sigue estando ahí… y soy sacerdote…”. Paladeaba el ser sacerdote para siempre  (sacerdos in aeternum, (Salmo 109). “Tenía la permanente oportunidad de dar lo genuino que había en mí. Esa cualidad de sacerdote… que podía hablar de Dios”, consignaba.

Decía que su situación tenía algunas ventajas porque se le estaba poniendo en bandeja la oportunidad de crecer personalmente en muchos aspectos de la vida… en esas facetas, virtudes, que hacen a las personas realmente grandes sobre la base de desprenderse de lo propio, de ser generosas, de olvidarse de sí mismas.

Y fue así como empezó a utilizar los medios de comunicación. El computador, la web… Creó su portal Fluvium.

Con humor explicaba: “Que hay cosas que cuestan, evidentemente, pero lo que menos cuesta de lo que cuesta costando es el estar como estoy. El no hacer físicamente lo que antes hacía… Y por mi forma de ser, que me gusta la autonomía, la independencia, cierta libertad… he tenido que tener la disposición personal interior, íntima, de no estar pegado a eso. En cambio poner todo mi esfuerzo en no tener tiempo para pensar en mí mismo. ¿Lo consigo siempre? Lamentablemente no, pero ahí estamos (…) En la vida se trata de ir hacia Dios… tropezando continuamente, pequeñas caídas, pequeños levantamientos pero en fin… Para mí esta es un experiencia vivida en mí mismo del verdadero Evangelio. San Pablo dice: ‘¡Todo lo puedo en aquel que me conforta’. ¿Será verdad? Yo puedo decir que sí”.

Proseguía: “Y san Juan nos trae esas palabras de Jesucristo: ‘Sin mí no podéis hacer nada’. ¿Cuál es mi secreto? No es que los castellanos seamos muy duros. Aquel que puede es Él. Dios nos ha creado con Él al lado para que seamos sus hijos, y nos ha puesto en el mundo para que contemos con su ayuda y para eso nos dio los sacramentos…”.

Dedicó horas a defender la vida y a desautorizar a quienes propagan la eutanasia. Decía:

“Una de cada tres eutanasias se hace sin consentimiento de la víctima, pero triunfaremos porque el bien triunfará”.

Para él amar era acompañar a morir, pero, en ningún caso, matar.

También le preocupaban “quienes condenan su vida al lamento.

Hace mucho más feliz, da más alegría el mirar hacia Arriba y hacia los demás, y ver qué puedo hacer y no lamentarme por lo que no puedo hacer”.

Hace apenas unos días me quedé esperando su página web. Su portal llegaba siempre puntual. Pero a través de un Whatsapp una amiga española me comunicó que don Luis de Moya, que al menos a mí me había dado tanto, tras casi treinta años de quedar tetrapléjico, había muerto en la Clínica de la Universidad de Navarra.

Dios, estoy segura, habrá leído su última página web. Su Fluvium, ese que él no alcanzó a enviar y que yo no alcancé a recibir.

 

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