FRATELLI TUTTI, UNA NUEVA ENCÍCLICA CON NOMBRE EN ITALIANO

Lillian Calm escribe: “Motivado por “la sencillez” y “la alegría”, que le inspiró a escribir otra encíclica, la Laudato si’, el Papa dedica  este nuevo documento a la fraternidad y a la amistad social. ¿La razón? San Francisco, que ‘se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos’”.


Ya desde el título, esta encíclica tiene una particularidad. El Papa Francisco quiere que aunque esté traducida a los más diversos idiomas sea denominada siempre en Italiano, Fratelli tutti, porque con esas palabras san Francisco de Asís proponía a sus hermanos “una forma de vida con sabor a Evangelio”. Y destaca que “invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio”, lo que “permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite”.

Motivado por “la sencillez y “la alegría”, que le inspiró a escribir otra encíclica, la Laudato si’, el Papa dedica  este nuevo documento a la fraternidad y a la amistad social. ¿La razón? San Francisco, que “se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos”

Destaca que el santo “no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios. Había entendido que ‘Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios’” (1 Jn 4,16).

 El Papa Francisco explica: “Las cuestiones relacionadas con la fraternidad y la amistad social han estado siempre entre mis preocupaciones. Durante los últimos años me he referido a ellas reiteradas veces y en diversos lugares. Quise recoger en esta encíclica muchas de esas intervenciones situándolas en un contexto más amplio de reflexión” y reconoce que “acogí aquí, con mi propio lenguaje, numerosas cartas y documentos con reflexiones que recibí de tantas personas y grupos de todo el mundo”.

Por eso, agrega, estas páginas “no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos” y “si bien la escribí (la encíclica) desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad”.

Y considera: “…cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades. Más allá de las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos”.

Y subtitula: Sueños que se rompen en pedazosEl fin de la conciencia históricaSin un proyecto para todosEl descarte mundial, Derechos humanos no suficientemente universales, Conflicto y miedoGlobalización y progreso sin un rumbo comúnLas pandemias y otros flagelos de la historiaSin dignidad humana en las fronterasLa ilusión de la comunicaciónAgresividad sin pudorInformación sin sabiduríaSometimientos y auto desprecios y  Esperanza, en la que invita a caminar.

De todo lo anterior me detendré, quizás por deformación profesional ya que soy periodista, en uno de los acápites mencionados: La ilusión de la comunicación.

En el punto 42 señala textualmente: “Paradójicamente, mientras se desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que nos clausuran ante los otros, se acortan o desaparecen las distancias hasta el punto de que deja de existir el derecho a la intimidad. Todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo”.

Y prosigue:  “Por otra parte, los movimientos digitales de odio y destrucción no constituyen —como algunos pretenden hacer creer— una forma adecuada de cuidado grupal, sino meras asociaciones contra un enemigo. En cambio, «los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas»[46]. Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana. Las relaciones digitales, que eximen del laborioso cultivo de una amistad, de una reciprocidad estable, e incluso de un consenso que madura con el tiempo, tienen apariencia de sociabilidad. No construyen verdaderamente un ‘nosotros’ sino que suelen disimular y amplificar el mismo individualismo que se expresa en la xenofobia y en el desprecio de los débiles. La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad”.

 

Más adelante consigna: “A pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, en las próximas páginas quiero hacerme eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo”.

Hay muchísimo, pero muchísimo más. Esta es solo una brevísima reseña, tal vez una pincelada, de la primera parte de esta nueva encíclica que nos llega de manos del Papa y de su homónimo, san Francisco.

 

Lillian Calm

Periodista





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