CÚMULO DE BOLETINES MÉDICOS Y AHORA UNA VACUNA

 

Lillian Calm escribe: “Quizás mi aprensión -singular en este caso, pues no me caracterizo por ser aprensiva- se debe a que siempre me llamó la atención la política de los boletines médicos de la URSS. Esta terminología no es de Putin ni tampoco del Instituto Gamaleya, sino que mía propia”.

Si bien desconozco las bondades que pueda aportar la medicina rusa, no sé si vería con buenos ojos que me pusieran la vacuna de Putin. Así se le ha llamado informalmente a la que busca combatir el Covid-19 y que según el mandatario ruso fue desarrollada por el Instituto Gamaleya y registrada tras dos meses de ensayos humanos… sin ir más lejos en una de sus dos hijas que, tras ser una de las primeras inoculadas, “se siente bien”.                      

El presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin informó asimismo que en esta última etapa de ensayos clínicos dicha vacuna ya tiene hasta un nombre: se la denominó Sputnik-V en recuerdo del Sputnik I, el primero de los satélites que lanzó la Unión Soviética en la década del cincuenta.

Quizás mi aprensión -singular en este caso, pues no me caracterizo por ser aprensiva- se debe a que siempre me llamó la atención la política de los boletines médicos de la URSS. Esta terminología no es de Putin ni tampoco del Instituto Gamaleya, sino que mía propia. Incluso hace ya varias décadas escribí sobre el tema.

Entonces yo planteaba algo muy simple: que los jerarcas  soviéticos tenían jetta o  sus médicos, un muy mal diagnóstico. O también podía ser que entre los requisitos que se le exigían  a quien asumía el cargo de número uno en la URSS era que tuviera la salud quebrantada… lo que no es, a ojos vistas, hoy día el caso en la Rusia de Putin.

Durante años en la política internacional del siglo XX gravitó un caprichoso elemento: el contenido de los boletines médicos soviéticos, que detallaban ante el mundo si su jefe máximo sufría de un simple resfrío o si ya estaba a las puertas de la muerte. Y comunicados emanados desde el Kremlin a través de la agencia única entretenían al lector con las alzas o bajas de fiebre y de presión, de glicemia y otros indicadores del gobernante de turno.

En febrero de 1985 supimos todos los detalles sobre la salud del máximo líder Konstantin Chernenko, que moriría al mes siguiente. Su antecesor, Yuri Andropov, se había constituido, además de gobernante, en un paciente polifacético. Distintas dolencias al corazón (difundidas por rumores o boletines) debieron ceder el paso a afecciones renales y pancreáticas, más algunos trastornos de la sangre.

El paciente anterior a Andropov –el inefable Leonid Brezhnev- también dio de qué hablar durante mucho tiempo con sus desapariciones y apariciones en público que alimentaron kilos de informes diplomáticos. La prensa informaba un día de un cáncer, al día siguiente agregaba Parkinson y luego otros males que nunca se supo si eran reales o supuestos.

Esto llegó a tal extremo que cuando sobrevino el fatal desenlace, el director del Giornale Nuovo de Milán, Indro Montanelli, escribió: “Durante años se vivió entre alarmas y desmentidos. Ello hasta tal punto que cuando el corresponsal en Moscú Edmund Stevens, que fue el único que lo supo inmediatamente, entregó la noticia de la muerte de Brezhnev al periódico, su director -que soy yo- la publicó con un signo de interrogación, que era suficiente para echar a perder el llamado golpe o primicia informativa. Paciencia. Son cosas que le pasan incluso a los periodistas de más larga experiencia, como yo creo serlo”.

Tras estos “diagnósticos médicos” (pongámoslos entre comillas en aras del buen nombre de la ética médica) no había sino agresivas pugnas de corrientes políticas…

Putin ha demostrado tener buena salud. O una constitución física que al menos no alimenta boletines médicos, pero a pesar de todo yo preferiría, siempre que pueda elegir, no ponerme la vacuna rusa.

 

 

Lillian Calm

Periodista

20-08-2020

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