GEORG RATZINGER DEJÓ UN LIBRO SOBRE SU HERMANO

 

Lillian Calm escribe: “Da la casualidad que hace exactamente ocho años, en julio de 2012, escribí una columna que se titulaba: ‘Georg Ratzinger habla de su hermano, el Papa’. Y lo hacía a través de un libro-entrevista que se publicó entonces: ‘Mi hermano, el Papa’. Era nuevamente un periodista germano el que se enfrentaba a un Ratzinger: esa vez, Michael Hesemann”.

Prudente, discreto como siempre en su vida, el Papa emérito viajó a la antigua Ratisbona a despedirse de su hermano Georg, de 96 años y ya muy enfermo. El viaje a ese estado federado de Baviera fue brevísimo: desde el jueves 18 de junio hasta el 22. Una semana más tarde se conocía la muerte del sacerdote y también músico Georg Ratzinger.

Da la casualidad que hace exactamente ocho años, en julio de 2012, escribí una columna que se titulaba: “Georg Ratzinger habla de su hermano, el Papa”. Y lo hacía a través de un libro-entrevista que se publicó entonces: “Mi hermano, el Papa”.

Era nuevamente un periodista germano el que se enfrentaba a un Ratzinger: esa vez, Michael Hesemann.

Me remito a lo que entones leí en esas páginas donde encontré una profundidad y a la vez una cotidianeidad que se  entrelazaban, y que nos traían mucho de nuevo sobre un protagonista de quien creíamos ya estaba todo dicho.

Esas páginas sobre Benedicto XVI, o más bien sobre Joseph Ratzinger, el hoy Papa emérito, constituyen un importante testimonio.

Así supimos que monseñor Georg Ratzinger aseguró categóricamente a los muchos que entonces le preguntaron al respecto, que su hermano no sería elegido Papa, principalmente por su edad (78 años)… hasta que por la televisión escuchó el anuncio del cardenal chileno Jorge Medina: “Cuando se dijo el nombre Josephum, Joseph, me quedé helado”.

Pensó en el desafío, en la enorme carga para el nuevo pontífice y, también, en que no tendría tiempo para él. El teléfono sonó durante horas y sin parar en casa del hermano. Él simplemente no lo atendió, y llegó a pensar “que se vayan todos a freír espárragos”. Pero era nada menos que el Papa quien lo llamaba. Luego a monseñor Georg le instalarían un segundo teléfono en su casa. El único que conocía ese número era Benedicto XVI.

Comentaba entonces el hermano del hoy Papa emérito: “Según me contó, en el momento de su elección se quedó como si le hubiera fulminado un rayo. Su elección era tan poco predecible, surgió tan repentinamente en la votación, que la acción del Espíritu Santo era evidente. Se entregó entonces rápidamente, pues también en eso reconoció la voluntad de Dios”.

Y monseñor Georg viajó a Roma a las pocas horas del humo blanco, como lo haría después en muchas oportunidades: “Por supuesto, (Joseph Ratzinger) seguía siendo el de antes, y todavía hoy lo sigue siendo. La acción del Espíritu Santo se limita a la actividad propia de su oficio, pero como ser humano no ha cambiado. Tampoco se fuerza a nada, intenta no ser artificial (…) Sigue siendo, como antes, el hombre bondadoso, amable y modesto que siempre ha sido. Cordial y sin afectación alguna”.

Así contestó el entrevistado algunas de las preguntas del periodista:

—¿Qué forma de trato utiliza para dirigirse a él?

—Le digo simplemente Joseph, como es natural. Cualquier otra cosa sería anormal.

—¿Sufre mucho él por los numerosos ataques de los medios de comunicación?

—Él es desde luego muy sensible, pero sabe también desde qué flanco vienen esos ataques y qué motivos tienen.

—¿Cuáles son, según usted, los acentos de su pontificado?

— … realmente le importa mucho que se celebre de forma digna y correcta la liturgia. Éste es, por cierto, un auténtico problema. Nuestro director diocesano de música me dijo hace poco que no era nada fácil encontrar todavía hoy una iglesia donde el párroco celebre aún la misa según las normas de la Iglesia. Hay muchos sacerdotes que piensan que tienen que agregar aquí una cosa o modificar allá otra. Por eso, mi hermano tiene el deseo de que se celebre una liturgia como se debe, una buena liturgia, que capte interiormente al ser humano y sea entendida como una llamada de Dios.

Hasta ahí la cita. Pero muchísimo más era lo que se podía y se puede encontrar en este testimonio fraternal de trescientas páginas de un sacerdote sobre su hermano tres años menor que él, el Papa emérito.

Así por ejemplo contaba también cómo era un día suyo (“no sé qué forma parte del ámbito secreto, pero pienso que puedo hablar de esto”).

-Además de la Misa, de sus oraciones… el martes, por ejemplo, se prepara para la audiencia de la mañana del miércoles. ¡Nadie diría el tiempo que le dedica!

Decía monseñor:

-…tiene que practicar, por ejemplo, la pronunciación de las lenguas extranjeras en las que va a saludar a los grupos de peregrinos y que, por supuesto, no las domina todas. Para esto escucha la pronunciación correcta en una grabación y la practica a fin de no cometer errores demasiado grandes y de que se le entienda bien.

Habría tanto más que decir. Hace escasos días, durante su viaje a Ratisbona, Joseph Ratzinger concelebró Misa con su hermano Georg. Asimismo llegó hasta el cementerio para visitar la tumba de sus padres y de su hermana. Sabía que a Georg le quedaban pocos días de vida. Y así fue.

 

Lillian Calm

Periodista

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