LOS CINCO AÑOS DE LA “LAUDATO SI”

 

Lillian Calm escribe: “Se trata de cuidar la plantita verde y todo lo verde. Sí, por supuesto, pero también el embrión humano, y para ello y para descubrirlo en sus páginas es necesario darse un tiempo y leer la encíclica de pé a pá”.

Con imágenes de plantitas verdes muchos han conmemorado los cinco años de una de las encíclicas más contundentes que nos ha entregado el Papa Francisco: la “Laudato si” (Te alabo Señor).

Las encíclicas siempre se titulan con sus primeras palabras y en este caso no son del Papa Francisco; él, consciente de que iban a darle el título a su escrito, las tomó de un texto poético de san Francisco de Asís. En otras palabras, del santo de quien no solo lleva el nombre en su pontificado, sino de quien inspira muchas de sus acciones.

En el “Cántico de las criaturas” el autor le agradece a Dios por todas las criaturas del mundo: “Laudato si’, mi’ Signore” o “Alabado seas, mi Señor”, cantaba el santo de Asís en el lejano siglo XIII.

Pero se equivoca quien interpreta que esa encíclica, marcadora de rumbos, habla solo de la tierra, del verde y del mar. Del medio ambiente y de ecología, lo que si bien es de gran importancia, no es lo más decisivo ya que este documento busca, como se ha señalado, descubrir el sentido trascendente de la vida de cada persona. De hecho también apunta contra el aborto.

Me explico: se trata de cuidar la plantita verde y todo lo verde. Sí, por supuesto, pero también el embrión humano, y para ello y para descubrirlo en sus páginas es necesario darse un tiempo y leer la encíclica de pé a pá.

¿Cuántos lo habrán hecho?

Contiene textos maravillosos en que prefigura el Nuevo Testamento desde el Antiguo Testamento; realza el ecumenismo y el respeto por otras creencias, y hay teología pura sobre el sentido de la vida cristiana.

 Leo en su acápite 120: “Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: ‘Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social’”.

Este último entrecomillado lo tomó el Papa Francisco de “Caritas in veritate”, una de las encíclicas de su antecesor, el pontífice emérito Benedicto XVI.

Por su parte en su escrito “Armonía en la vida cotidiana”, el sacerdote y médico Wenceslao Vial, considera que esta encíclica es una llamada a asombrarse, a abrirse a la magia del mundo y sus habitantes, para descubrir al Autor divino.

Citaré uno de sus  párrafos.  No es corto, pero vale la pena:

“Qué bueno sería mirar como miran los niños. Como aquel chico pequeño descrito por Chesterton, que un día muy temprano se acerca a una ventana y subido en una silla se pasma porque está saliendo el sol. ¡Señor: lo has hecho de nuevo!, exclama. Quizá cuantos chicos y no tan chicos ante este tipo de espectáculos podrían decir hoy solamente: vaya, esto ya lo he visto en la web. La vida es sin duda más alegre cuando se sale de uno mismo y de las redes, si se cambian algunos clicks por la belleza verdadera, por el descanso en la naturaleza off line. Por este camino nos será más fácil renunciar a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio (…) Dentro de tanta grandeza, el mayor motivo de asombro es el propio ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, querido por Él antes de su formación en el seno materno…”.

Releer esta encíclica en tiempos de pandemia equivale prácticamente a una salida, a una excursión hacia el mundo y más que nada hacia el hombre que habita este mundo.

 

Lillian Calm

Periodista

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