URIBE ANTES DE ARMANDO URIBE

 

Lillian Calm escribe: Esta entrevista data de junio de 1970, es decir, de hace exactamente medio siglo, de cuando Armando Uribe era poeta pero aún no era el poeta tan prolífico que llegó a ser, que nos dejó a principios de este año 2020 y que en 2004 recibiera el Premio Nacional de Literatura.

Tuve que revolver papeles viejos, muy viejos, para encontrar esta entrevista que hice en una época en que la computación solo estaba en la mente de Dios. Data de junio de 1970, es decir, de hace exactamente medio siglo, de cuando Armando Uribe era poeta pero aún no era el poeta tan prolífico que llegó a ser, que nos dejó a principios de este año 2020 y que en 2004 recibiera el Premio Nacional de Literatura.

Sí. Murió a los 86 años y lo entrevisté cuando solo tenía unos treinta y tantos. ¿Dónde? En el Ministerio de Relaciones Exteriores, en esos años situado en el Palacio de la Moneda. Entonces, me parece recordar, era ministro consejero y no podía intuir que Salvador Allende lo nombraría embajador en China, que luego se autoexiliaría en Francia y que solo a comienzos de los noventa regresaría a radicarse muy cerca del Parque Forestal. Solía vérselo en el barrio,  de negro, siempre de corbata. Era asiduo a la misa de los domingos en la iglesia de la Vera Cruz (hoy cuasi desaparecida, como él), pero eso fue hasta que un buen día, viudo ya de Cecilia Echeverría, decidió no salir más de su departamento. Ahí murió.

“No soy Goethe”

Retrocedamos a junio de 1970 cuando me recibe en el segundo piso de la Moneda.

-¿Cómo enjuiciaría Armando Uribe la poesía de Armando Uribe?

-Mi concepto de la poesía es: el arte es naif (así, en francés). Mis poesías no me gustan mucho. Escribo para no aburrirme. Pero me aburro de todos modos. (Es explicable: no soy Goethe).

Y agrega:

-Aparentemente fui muy precoz, pero lo pagué caro porque el que madura a palos se cae del árbol.

-Su producción es muy fecunda –le comento-, aunque poco es lo que se le conoce.

-La gente cree que no publicar en Chile significa que uno no escribe. He publicado en antologías y revistas, pero mi último libro de poemas apareció en 1961. En estos diez años he escrito entre cinco mil y siete mil poemas, de los cuales nueve décimas son ilegibles por la mala letra y el mal estilo, pero aun así queda algo y con eso he formado un librito muy chico, de sesenta a setenta unidades: “No hay lugar”, frase que tomé de un verso de Manrique. Es esencialmente equívoca y tiene un dejo judicial que me gusta mucho. “No hay lugar”.

-¿En qué consiste su entrenamiento?

Armando Uribe abre un portadocumentos antes de responder y va vaciándolo, uno a uno, de su contenido:

-Leo cartas, escribo cartas. Leo muchos libros. Ahora, debido a mi cargo (en la Cancillería) leo incluso pasaportes.

Entretanto sobre su escritorio va apilando todo lo que aparece en su portadocumentos: un breviario (“Propio de la Orden de San Benito”); “Catullus”; un pasaporte; “Memorias de un Desmemoriado” (Ernesto Montenegro).

Luego, una explicación: -Pero esto no es leer sino conversar. No leo las memorias de Ernesto Montenegro. Converso con él. Fui amigo de él, como también de González Vera y como lo soy de mucha gente mayor. Hablar con ellos, a quienes quiero o admiro, es mi gran entrenamiento. En esta última semana he estado con Delia del Carril (la Hormiguita); Hernán Díaz (Alone); Ricardo Donoso; Carlos Vicuña Fuentes, Enrique Espinosa… y escribo interminablemente.

“Mi verdadera profesión es ser lector”

-¿Tiene antecedentes literarios en su familia?

Su respuesta es epopéyica:

-Sí, pero en un sentido remoto. Como medio Chile, desciendo de Pinedo Bascuñán y de un hermano de Alonso de Ovalle. Pero esos no son antecedentes literarios, y esa es genealogía y por lo tanto probablemente falsa. Puedo decir, sí, que pertenezco a una familia de abogados autores de trabajos legislativos. Tengo una hermana que ha escrito bastante: está casada con Fernando Krahn y con él ha firmado un conjunto de publicaciones que han aparecido en Estados Unidos y en otras partes. Han recibido muy buena crítica del “New York Times”. Acaban de editar un último libro sobre los números: el tema es el amor del uno y el cero. Está dedicado a mis hijos… Mi mujer, Cecilia Echeverría, fue profesora de historia del arte y es autora de una antología de textos sobre algunas formas del barroco en Italia.

Se niega a referirse a “autores preferidos”:

-Sería un balance imposible. En la vida yo no he hecho otra cosa que leer. Mi verdadera profesión es ser lector.

Lo que sí aventura es su juicio sobre la prosa chilena de entonces:

-No creo que Cortázar sea un escritor más importante que Joaquín Edwards Bello. Jorge Edwards se indignó cuando le dije esto, pero después de leerlo me encontró toda la razón. González Vera es un gran escritor, y creo que los cuentos de Jorge Edwards son de los mejores que se han escrito.

-¿Qué opina de la poesía comprometida o con mensaje?

-Toda poesía está comprometida con la realidad y todas las realidades son susceptibles de poesías, incluso la política por cierto. Y también las ideologías y el pecado y el mal y el error y la tontería y hasta la bella belleza. Porque como dijo N.N., “para los cerdos todo es cerdo”.

“No creo que existan los poetas”

Luego se detiene en su juicio sobre los poetas:

-No creo que existan los poetas. Existe la poesía escrita por unos señores. Entonces lo que le pase al llamado poeta, lo que sienta o haga (ya sea que levante pesas o huela flores) es tan importante como si se llame Pérez o Pinto.

Finalmente le pregunto por sus ensayos y qué es lo que lo ha motivado a escribir sobre tres autores: Montale, Pound y Léautaud.

Aquí la respuesta es tan singular como lo era Armando Uribe:

-Lo que me atrajo de ellos es lo distinto que son de mí, en beneficio de ellos. Además me sentí atraído porque, en diferente grado, me daban la posibilidad de expresar cosas que quería decir de mí, atribuyéndoselas a ellos. También porque ninguno de los tres me importa esencialmente; entonces escribir sobre ellos me daba una sensación de libertad o de que me estaba reservando para lo propiamente mío, y que estos ensayos bien los podía honestamente despreciar. En cada uno de ellos, en cierto modo, hay un descastado en su época, en su medio, en distinta proporción: crecientemente más Pound que Montale y más Léauteaud que Pound, pero a la vez siendo descastados, los tres, procuraron desesperadamente filiarse en una profunda y más o menos remota tradición cultural dejada de lado en su época.

Su análisis es incluso más extenso hasta que me señala:

-Todos ellos son unos arcaicos desesperados. Escribiendo esos ensayos me deshice de pensamientos inútiles. Ahora voy a escribir lo propio en poesía y prosa.

Y lo escribió desde entonces hasta los 86 años, en que murió en este 2020. Entonces Ignacio Valente (José Miguel Ibáñez Langlois), el crítico literario que tanto ha publicado en “El Mercurio” y al igual que Uribe nacido con los noveles escritores del Joven Laurel, sentenció: “Se nos va un poeta memorable de la última generación importante de la poesía chilena; él, Arteche, Lihn, Barquero y Teillier. A mí se me va uno de mis grandes amigos de toda una vida, de casi setenta años…”.

 

Lillian Calm

Periodista

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